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Amí, los años que voy cumpliendo, lejos de aclararme esto de la vida, no hacen otra cosa que sumarme desconciertos. Empiezo a sospechar que lo ... de la experiencia y la sabiduría como patrimonio de la edad era una de tantas trolas, porque cada vez entiendo menos cosas, y de todas, lo de la estupidez humana no deja de sorprenderme. Según Carlo M. Cipolla en su celebérrima teoría al respecto y sus cinco infalibles leyes, la primera regla es que siempre e inevitablemente cada persona subestima el número de individuos estúpidos que circulan por el mundo. De eso se concluye que es imposible hacer un cálculo, contabilizar cuántos son, porque siempre nos quedaremos muy por debajo. De esos asombros que los años me regalan, uno tiene que ver justamente con esa afirmación. Durante mucho tiempo la estupidez puede permanecer en estado de latencia o, dicho de otro modo, hay gente que nos parece inteligente y razonable, hasta que la vida los coloca en determinadas situaciones en las que se hace patente su condición, la que define al estúpido: es decir, el tipo que con su conducta, con sus decisiones, causa un daño a otra persona o grupo de personas, sin que eso implique un beneficio para sí mismo, incluso perjudicándose.
A pesar de conocer las categóricas afirmaciones de Carlo M. Cipolla, sigo extrañándome cada vez que lo compruebo (y hay múltiples ocasiones para ello, como ustedes saben). Igual tiene que ver con la mirada: por aquello de la salud mental, a veces preferimos quedarnos con lo (mucho, cierto) bueno que nos encontramos, y tratamos de obviar la fastidiosa presencia de majaderos. Pero están, las más de las veces ocultos bajo una apariencia normal, incluso con títulos universitarios que no dudarán en blandir con arrogancia, si alguien los acusara de estulticia. También me fascina (y me horroriza, claro) algo que no sé si el propio autor de la teoría había tenido en cuenta, y que también puede deberse a estos tiempos, ya lejanos de mediados de los setenta que fue cuando se formuló: creo que se dan las condiciones para que además de los que vienen con la estupidez de serie, esta se vaya adquiriendo porque me temo que hay una conjura universal para favorecer la falta de criterio, el razonamiento errático, la pérdida de visión de conjunto, y todo ello tal vez empiece por lo poquísimo que se cuida la adquisición de esas imprescindibles herramientas como la comprensión lectora (por qué resulta imposible que tanta gente en lugar de entender exactamente lo que uno dice, se obstina en entender lo que quiere), como el pensamiento crítico, o simplemente el pensamiento. Como vivimos tan informados, tan conectados, tan inmersos en una falsa sensación de conocimiento, se da la curiosa circunstancia de que es facilísimo engañar a un número incalculable de personas, pero luego resulta imposible demostrarles que han sido víctima de un engaño.
Incluso quienes siempre hemos pensado que lo verdaderamente peligroso es la maldad, hemos tenido que claudicar ante el daño incalculable que producen los estúpidos, que además de impredecibles en sus decisiones, suelen manifestar su distintivo donde y cuando menos te lo esperas.
Y si no me creen, presten atención a los individuos con quienes comparten cualquier cola o cualquier sala de espera, cualquier asamblea, cualquier reunión de miembros de partidos políticos o comunidades de vecinos. Y seguramente les entrarán ganas de gritar de impotencia.
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