![Estar en Babia](https://s2.ppllstatics.com/elcomercio/www/multimedia/202109/17/media/cortadas/opinion-kLOF-U150555772352qxD-1248x770@El%20Comercio.jpg)
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Rabanal es el último pueblo de Luna y en el siguiente, Villafeliz, comienza Babia de Suso. Al borde de la carretera está la ermita de Pruneda, a la que conviene saludar, ahora con un toque de claxon, para tener buen suceso. Luego aparece Villasecino, con ... iglesia de cúpula gayonada, y que es indicador del buen pasar del pueblo, asiento de los Lorenzana, linaje de arzobispos de ultramar, cardenales primados y generales. Más humilde es la iglesia de Cospedal, cuya espadaña corona un monumental nido de cigüeñas. Se ve que están a gusto, al lado del monumental tejo y sobre el atrio, donde los vecinos se reunen para conferir sobre el común. Hoy es el panadero de Riolago quien los convoca con sonoros pitidos. Lo mismo que hará en Robledo y La Majúa. Antes los tres pueblos estaban unidos por intereses y caminos, hoy ya cerrados. Robledo es gemelo a Cospedal, aunque menos accesible; dos km al 10% y sin rumor de arroyo. El pueblo está deslabazado: casas con ventanas abocinadas y dinteles labrados recrecen sus muros de cantería con bloques de hormigón, se cubren con materiales variados, y sus persianas emiten rayos metálicos cegadores. Como también ocurre en La Riera, que mezcla lo anterior con caleyas rotuladas, iluminadas por farolas de autopista y orladas por banda bionda, que conducen a minúsculas plazas, de pavimento colorido y acotadas por balaustradas metálicas, que alternan con mallas de plástico naranja. No se escatima. Aunque necesita un plan. Como el que aplicó Torre de Babia, lugar telúrico al fondo de un valle cerrado por la peña, donde convergen cordeles, caminos y cañadas reales, por los que se concentraban rebaños entre muros de fábrica, que compartimentan un pueblo aseado, con casonas, museo de la trashumancia y tres iglesias, que van desde la simpática capilla al lado del río hasta la voluminosa matriz que, con todos los aditamentos, corona un emplazamiento totémico. De los que Babia está llena, como ocurre en San Félix de Arce, una parte de él sobre la carretera y la otra sobre un otero en el que se levantan una iglesia y un arce milenario, a cuyo cobijo se reunía el vecindario. De Huergas sale el ramal a Riolago, lugar de amplias perspectivas, además de asiento de la casa de Quiñones y otros blasones. Hoy es lugar de segundas residencias y albergue de caravanas en su camping. Cabrillanes es la capital de Babia de Yuso, muy próxima al umbral de Piedrafita. El nombre lo dice todo. Desde ahí por la Vega de Vieyos se va al puerto de Somiedo y a La Cueta, donde nace el Sil, que tuerce su destino en el último momento y cae a Laciana, mientras que unos metros más allá arranca el Luna, a partir la confluencia de varios arroyos surgidos de altas lagunas cercanas a Quintanilla.
Estamos en el límite de la acomodación estable a la montaña. A partir de ahí caemos, ya sea de manera brusca a Laciana o reposadamente hacia Luna. Aquí la montaña no atosiga ni encierra. Todo está aguas abajo. Estamos en la linterna de la cúpula, por eso el horizonte es amplio, y en verano, floreado y arbolado, fresco y abundante, amable y suave. Es el talante de una comarca natural, con límites precisos, a la que el hombre se ha acomodado, matizándola y recreando mundos ligeramente diferentes en su interior, aunque todos pertenecientes a la misma familia ganadera de pueblos estantes o trashumantes, como el último declarado ejemplar, representante de muchos otros, como los que se concentran en el valle de al lado: Torrestio, Torrebarrio, Genestosa, Villargusán, Candemuela. Todos al pie de las Ubiñas, a las que se accede siguiendo el río de Alcantarilla hasta coronar en el puerto de Pinos y sus vegas, que se prolongan por la Vachota y el Chéu hacia el este , hasta que abruptamente se cortan por encima de Traslacruz, en Lena, y de Robledo, en Luna, donde comenzábamos nuestro viaje.
Hoy se recobra la conciencia del valor de estas comarcas que comparten el alto corazón cantábrico. Pero no es suficiente. Puede que haya planes, lo que no parece haber es estrategia; es decir, operaciones continuas para resolver los problemas comunes que diariamente se les presentan y así convertirlos en proyectos pertinentes. Uno de ellos bien podría ser el de concluir el pequeño trozo de carretera entre la Casa de Mieres y Pinos. Apenas una estrecha cinta de buen firme, con apartaderos y respeto al entorno que atraviesa, sería suficiente para cerrar un círculo virtuoso proyectado en 1918, y enlazar así mundos de vida que de otro modo se desvanecen. Y si eso ocurre, ¡no podremos estar en Babia!
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