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Messi que estás en los cielos, Gary Cooper del balón, Houdini del gol, prestidigitador y médium, encantador de serpientes, superhéroe de Marvel, Capitán Trueno de Rosario, Bill Gates de hacienda, monaguillo del papa Francisco, embajador del mate y el churrasco, toro en su corral y ... torazo en corral ajeno, Messi de la gloria, del déficit de hormona del crecimiento (igual que su país), Napoleón de París y embajador del frustrante fracaso: la negación del podio del mundo, como le pasó a Borges, como les ha pasado a tantos argentinos desparecidos, estafados por políticos y militares, que lloran, pero no saben por qué, por Eva Perón, la lady Di porteña, que se pavoneaba con tacones altos, repartiendo limosnas, sobre el fango verde de las calles donde Messi vio por primera vez un balón y donde miles de niños pobres, en el mismo fango de otras pampas, regatean el tiempo muerto de sus miserias con el talismán del 10 (del crack menos uno) clavado entre las escápulas: un 1 de no tengo a nadie y un 0 de no tengo nada.
Messi en ese Qatar infierno, donde el triángulo divino se ha transformado en el signo del infinito, donde el poeta sigue en la leonera y la mujer en la cocina. Qatar del tango ruinoso de los derechos humanos, de las mazmorras secretas. Allí donde esclavos modernos mueren construyendo las pirámides de hoy, Qatar misógino, corrupto, opresor, petrotirano. Qatar de camellos cargados de suicidios en el mar. Qatar de unos pocos: como el mundo; como la vida justa; como la existencia decente y el cielo de los narcisistas. Qatar de obscenas cataratas de agua en palacios de cristal y Qatar de la garganta seca del paria, del emigrante, de los mártires del Nepal, ¡Ay, Dalai!, sobre cuyo silencio se construye el ¡Olé, olé! (R.I.P, R.I.P.) de los estadios: Qatar con equipo iraní amenazado de muerte por la revolución, que cansada de esperar esa primavera que nunca llega, bulle desmelenada en una travesía del desierto hacia la democracia y hacia la igualdad (que apenas son lo mismo).
Qatar del desastre climático, de los sicarios del desierto, de la avaricia del oro negro, pegajoso como la codicia. Qatar de archipiélagos perdidos. Qatar que riega la Tierra con gasolina. Qatar de los CEO del petrodólar; Qatar de Houston y el pasillo del cáncer. ¡Oh, Señor, cómprame un Mercedes Benz! Qatar con Hamas. Qatar heterosexual bajo amenaza de muerte. Qatar del oxímoron: de la riqueza paupérrima, del paraíso terrible, del sol negro, del patriarcado compasivo.
Ese Qatar donde un Aladino adolescente no controla su propio destino. Qatar de mujeres vistiendo abrigos de pieles en la sauna nacional de los sultanes de harenes con togas de jueces y capuchas de verdugos. Qatar de podridas catarsis, donde el fútbol no hay ido a firmar una paz. Qatar de la FIFA FOFA.
Como ocurría en la Argentina cuando organizó la Copa del Mundo de 1978 (nada más nacer Qatar) bajo la dictadura militar, hoy las buenas gentes del desierto juegan cada día el campeonato mundial de la fealdad y la brutalidad. Y ahora, otro campeonato se nos ofrece como sacrificio al becerro de oro. Adicto a ver jugar (a Pelé, a Maradona, a Cruyff, a Iniesta, a Mbappé) levanto el mazo enorme y espero a que Messi marque el gol para justo entonces cerrar (abrir) los ojos, ignorar (reconocer) el espejismo, y hacer pedazos la pantalla infame del televisor.
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