Cuando España vacunó a todo el mundo

La Real Expedición Filantrópica de la Vacuna, también recordada como la Expedición Balmis, fue la primera expedición sanitaria internacional de la historia

Domingo, 24 de julio 2022, 21:20

Qué puede provocar el corazón dilacerado de un rey. Mucho mal, por supuesto. Pero también un bien inaudito. Le sucedió a Carlos IV, cuando fue testigo del sufrimiento y la muerte de su propia hija, la infanta María Teresa. El dolor del Rey, factum brutum, ... el tremor volcánico de un corazón, que decide poner el dinero para una de las mayores gestas realizadas por el Imperio Español. Una gesta sin sangre, sin pendones, sin el brillo de las espadas. Una hazaña que se proyectó sobre todos los territorios, peninsulares y de ultramar, contra un enemigo multisecular: la viruela.

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La Real Expedición Filantrópica de la Vacuna, también recordada como la Expedición Balmis, fue la primera expedición sanitaria internacional de la historia. El azote de la viruela mataba y mataba, y entre esos cadáveres, había cientos de niños. El proyecto profiláctico, dirigido por Francisco Xavier Balmis, zarpó el 30 de noviembre de 1803 del puerto de La Coruña hacia América. La muerte había llegado a las Indias siglos antes, en otra expedición, la de Pánfilo de Narváez y sus huestes: ahora la historia daba una vuelta completa. Para más paradoja (y surrealismo), el sistema elegido para llevar la vacuna eran ¡niños! Y les explico. El principal problema era mantener la vacuna en perfecto estado de conservación mientras cruzaban el Atlántico, y a falta de refrigeración, se optó por utilizar a niños como reservorios. Se escogieron a 22 niños huérfanos entre 3 y 9 años, a dos se les inoculó el virus y se los separó del resto. Hacia el final del proceso patológico se les extraía el líquido de sus pústulas, destinado a los siguientes dos niños, formando así una cadena biológica hasta llegar a Hispanoamérica, que luego se prolongó hacia las posesiones asiáticas del Imperio. La técnica se denominaba 'virolación': se extraía el líquido, se inoculaba en otra persona, el receptor se infectaba, pero rara vez moría, al recibir una dosis reducida del virus. Los niños quedaban así inmunizados, y cada una de sus pústulas era una vacuna para el siguiente.

Para entender la importancia de esta empresa, debemos tener un marco. La viruela hacía estragos en todas las clases sociales; sólo en Europa, durante el siglo XVIII, rejoneó la vida de 60 millones de personas. En América, el estropicio fue infinito, con supervivientes marcados con cicatrices evidentes en rostro y brazos. Balmis convenció a un rey que ya estaba convencido, tomó la audaz y temeraria decisión antedicha para conservar la vacuna, y se lanzó al Atlántico. En febrero de 1804 llegó a Puerto Rico, y luego a Venezuela, donde comenzó a repartir la vacuna. En mayo, el convoy se dividió en dos aventuras: una dirigida por el cirujano José Salvany, que se dirigió a América del Sur, y el propio Balmis extendió la vacuna por el Caribe y el norte del continente. Los problemas en los virreinatos fueron mil, por supuesto: naufragios, reticencias de la población (y uso de esclavos ante las negativas a dejar a sus hijos en manos de aquellos 'pirados'), oposiciones de los mismos virreyes… Sin embargo, Balmis tenía las cosas claras, y en cuanto terminó con Texas, Arizona, California y Nuevo México, enfiló rumbo a Filipinas.

Alguien se preguntará: quién se ocupaba de los críos durante los terroríficos viajes. Y se habrá preguntado bien. Si recuerdan el polémico Hospital de Emergencias Enfermera Isabel Zendal, que inauguró Ayuso, pues ahí tienen la respuesta. Esta buena mujer se ocupó de los 22 niños que viajaron de España a América, y luego de 26 críos más que cruzaron el Pacífico hasta Manila, «con excesivo trabajo y rigor de los diferentes climas que hemos recorrido, perdió enteramente su salud, infatigable noche y día ha derramado todas las ternuras de la más sensible madre». Tremendo. Y allá, en los asentamientos que fundó Legazpi, tras arribar en abril de 1805, la expedición continuó con su extenuante labor. Los problemas era crónicos, evidentemente, pero lograron vacunar a miles de personas, y se comisionó a varias personas para que prosiguieran en el resto de las islas.

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Balmis perseveró: Macao, y hasta la provincia de Cantón, difundiendo la vacuna por territorio chino. Finalmente, decidió regresar a España, y como no tenía ya un duro, tuvo que pedir un préstamo para pagarse un pasaje a Lisboa. Incluso en la retirada siguió rematando aquí y allá, como en la isla de Santa Helena (futura cárcel de Napoleón), donde en 1806 logró persuadir a las autoridades británicas para que vacunasen a la población. Llegó a Madrid el 7 de septiembre, donde fue recibido por el rey Carlos IV con honores varios. En el transcurso de la empresa, se había vacunado a más de 250.000 personas, y el mismo Humboldt calificó el viaje como «el más memorable en los anales de la historia».

En 1968, el astronauta William Anders dijo que habían ido a explorar la luna y lo que descubrieron fue la tierra. Los peregrinos de Balmis fueron a luchar contra la viruela y descubrieron el bien sin alharacas, la bondad que hay en todo ser humano. Hay varias películas, novelas y ensayos que cuentan este prodigio, pero creo que uno de los libros más completos es la reciente y completísima publicación de Geoplaneta, 'La Expedición de Balmis. Primer Modelo de lucha global contra pandemias'. Un trabajo que contextualiza y relaciona, con un montón de fotografías y grabados que le pondrán un marco a uno de los hechos más épicos de nuestra historia. Esta es nuestra epopeya, y en un mundo donde los códigos cambian, en el que, a veces, nos sentimos desorientados, hay momentos de dignidad que nos sirven como referencia. Por eso es tan importante seguir contando nuestros relatos, ya sea alrededor del fuego, sobre un papel, o en los sesgos de luz de una pantalla.

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