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Hay un momento epifánico en la historia de España, ese instante en que 'Caballo Loco' Zapatero no se levanta al paso de la bandera estadounidense. Si lo recuerdan, fue el 12 de octubre de 2003, y yo mismo me llevé un susto, conociendo a los ... gringos (retirar las tropas de Irak sin previo aviso en 2004 acabó de rematar el asunto). Aquella actitud infantil, iletrada, ha condicionado muchas cosas desde entonces. Los gringos nos pusieron una cruz, y Zapatero se sacó de la chistera una 'Alianza de civilizaciones' que nadie supo nunca lo que significaba o quién iba a compartir cromos con nosotros. De vez en cuando, los gringos miraban allende los mares y comprobaban que la cosa adquiría un tinte cada vez más surrealista: foto de Zapatero con Nicolás Maduro, foto de Zapatero con el Grupo de Puebla, Zapatero con un póster de 'Goodbye, Lenin' (bueno, esto me lo invento, pero no me digan). El asunto seguía sin remontar, y alguien tenía que haberle recordado a 'Crazy Horse' aquello del actor Robert Forster: «Lo más rebelde que puedes hacer con tu carrera es que sea extensa y digna». En fin.
Joe Biden, un señor mayor, pero memorioso, todavía se acuerda de aquel individuo de sonrisa perpetua a lo Julia Roberts, que se quedó sentado, con cara de 'mira cómo me enfrento yo solito al imperio romano'. El imperio ya está acostumbrado a estos desplantes: antes crucificaba al personal en la Vía Apia, ahora es más sutil y obliga al presidente Sánchez a entrenarse para los cien metros libres en Bruselas. Con Zapatero pasé miedo, era como ver a un pirado saltar al ruedo ante un morlaco de quinientos kilos, llevando una toalla como capote; con Sánchez pasé vergüenza, el humillante paseíllo era el que le hubiera gustado a Biden que hubiera hecho el leonés, aunque mira, aprovechamos lo que se nos ponga a tiro. El ninguneo continuó cuando aparecieron los rusos, y el emperador se puso en contacto con todos sus socios europeos menos con Sánchez. Si ZP, en un ataque de despecho, se inventó la 'Alianza de civilizaciones', nuestro Sánchez se marcó una llamada a lo Gila, como si él solo estuviese hablando con Putin y resolviendo la crisis ucraniana, '¿Es el enemigo? Que se ponga'. Cuando se acuerda, el emperador Biden echa un vistazo a la provincia hispana (ya saben, Bética, Tarraconense, la Ulterior, Lusitania…) y comprueba que el panorama no mejora, ya que al lado de Sánchez están sus socios de extrema izquierda, puño en alto y con los retratos de Félix Dzerzhinski en casa. Es normal que no levante el teléfono para compartir datos delicados sobre la estrategia occidental '¿Es el enemigo? Que si pueden parar ustedes la guerra un momento'.
Porque, sí, amigos: ya están aquí los rusos. Con sus ushankas y su desinformación y sus misiles hipersónicos. Y los rusos están muy locos, se lo digo yo. En la Segunda Guerra, sus soldados se tomaban el vodka con un gramo de coca disuelto, lo llamaban el 'cóctel báltico', y luego se llevaron por delante a la Wehrmacht. Y la cosmonauta Valentina Tereshkova contaba que cuando la lanzaron en la Vostok 6, la nave solo estaba programada para subir, no para bajar y tuvieron que enviarle un algoritmo para descender, así, sobre la marcha. Así son los rusos. Y quien espere otro 'milagro del Vístula', aquella carga de la caballería polaca contra los ruskis, puede esperar sentado, como Zapatero. Al señor Putin se la trae al pairo la democracia, la opinión pública, los paños calientes, el 'flower power', los carteles de 'No a la guerra'. El señor Putin es un megalodon de la Guerra Fría que sólo entiende el lenguaje de la amenaza y la violencia, que huele la debilidad de los gringos, que visualiza las grietas de la Unión Europea, que calibra la voluntad guerrera de la OTAN. El señor Putin lo único que quiere es reconstruir su propio imperio soviético. Y olvídense ustedes de pendejadas.
España no pinta nada es la escena internacional. Eso no nos pilla por sorpresa. Pero debería pintar. Por nuestra posición geopolítica, por nuestra historia. Es cuestión de que 'Caballo Loco' no ande haciéndose selfis con todas las dictaduras bolivarianas, de que Sánchez mantenga su compromiso con la OTAN (mandar fragatas y aviones es una buena cosa, reconozcámosle algo), de que la extrema izquierda guarde sus pompones de 'cheerleaders' prosoviéticas. Además, resulta obligado que España cultive su atlantismo, porque recuerden que no solo se trata de evitar un 'amanecer Rojo', sino de garantizar la seguridad de Ceuta y Melilla. Ah, dirá alguno, pero qué tiene que ver la estepa rusa con desiertos llenos de bereberes. Mucho, porque los moros son listos, como Putin; también huelen la soledad, la debilidad, la falta de voluntad para defender lo que es de uno. También saben que les apoyan los gringos, que los franceses les miran con ojitos. Ceuta y Melilla no están protegidas por la OTAN, y ya tuvimos un pollo a costa del islote de Perejil, y fue el imperio americano quien resolvió la crisis. Seguro que ya pueden echar sus cuentas.
La cumbre de la OTAN se celebrará en el mes de junio en Madrid, y es un buen momento para mostrarnos serios y evitar tonterías. En esa reunión se van a trazar las directrices de futuro de la Alianza, y España debería estar a la altura. Sin quijotismos. Sin excentricidades. Sin sacar los pies del tiesto. Para ello, podría ayudar Lord Salisbury, que en esplendor del imperio británico a finales del XIX, afirmó: «Gran Bretaña no tiene enemigos ni amigos permanentes, sólo intereses permanentes». Comencemos a jugar en las grandes ligas, ergo a comportarnos como adultos.
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