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Hace dos años, cuando nos confinamos, muchos pensaron que los impactos de la covid serían momentáneos. Tras una suspensión de dos meses -algunos pensaban en quince días- volveríamos a la normalidad. O a la 'nueva normalidad', aquella vuelta gradual al mundo que habíamos dejado en ... marzo, tras 'derrotar al virus'. Craso error. No solo seguimos combatiendo el virus, sino que se abren frentes casi a diario: desde las rupturas de la cadena logística global, al alza de los precios energéticos -en parte azuzados por cuestiones geopolíticas, en parte por errores en la 'transición verde' 'greenflation'-, quedando por ver si es trasunto de los de 1973 y 1979. Además de gigantescas deudas públicas -con España en lugar destacado-, en combinación con una economía que no acaba de surdir, anegada por las oleadas víricas.
Pero si algo acusa el impacto de la covid, sumado al impacto de la Gran Recesión, es la demografía. Mirando a nuestro entorno más cercano, Asturias, comprobamos que se han reactivado los fenómenos de suburbanización, casi parados desde 2008. Nuestras ciudades -Oviedo y Gijón, sobre todo- pierden población en favor de sus concejos vecinos metropolitanos, menos urbanizados, e incluso de concejos rurales. Quizá, los que puedan, cambian de casa en previsión de nuevos encierros o, simplemente, tras descubrir que tras pasar dos meses encerrados su vivienda no era tan agradable como pensában. Por otra parte, las grandes ciudades españolas, Madrid, Barcelona, Bilbao, han perdido población en favor de territorios vecinos o de provincias menos urbanizadas. Son movimientos relativamente pequeños y quizá puntuales, pero ahí están.
Naturalmente, son tendencias compartidas. California o Nueva York, en los Estados Unidos, han perdido en 2021 el equivalente demográfico a un Gijón y un Oviedo, respectivamente. Y lo hacen en favor de territorios del medio Oeste o de ciudades como Austin, localidad administrativa devenida en centro tecnológico casi de la noche a la mañana. Londres, que arrastra también las consecuencias del 'Brexit' (a veces, la política no puede ser más torpe, agravando problemas) ha perdido casi un 10% de su población. Sucede lo mismo en París y en otras cuidades occidentales. Quizá por ello, los indicadores de movilidad no acaban de recuperarse: apenas hay metrópoli que alcance las cifras de movilidad -y, sobre todo, de uso del transporte público- de 2019. Todo apunta a una combinación de teletrabajo, caída demográfica y de actividad, compra telemática y reticencia a utilizar el transporte público. Por supuesto, Asturias no es ajena a estas tendencias.
Pero si algo llama la atención es la disminución en la tasa de fertilidad mundial, acelerada por la Gran recesión y ahora, la Covid. Es posible que en 2021 el mundo se haya acercado a la tasa de reemplazo. O lo que es lo mismo, por vez primera en la historia el número de hijos por mujer bajaría de 2,1, anunciando un previsible descenso de la población mundial cuando se agoten los efectos del aumento en las cohortes de madres y en la esperanza de vida. Europa, América del Norte y del Sur, Oceanía y buena parte de Asia -incluyendo China, inconmovible a las sucesivas ampliaciones en el cupo de hijos y, tal vez, India- presentan ya tasas de fecundidad negativas. Las excepciones son, ya lo habrán adivinado, Oriente Próximo y toda África, pero muy en especial la subsahariana. Y, pese a registrar valores altísimos, también con una clara tendencia a la baja.
Todo ello implica que el crecimiento poblacional seguirá constituyendo un problema adicional durante décadas en alguno de los escenarios más conflictivos de la Tierra. De un lado, Oriente Próximo y el Islam en general, sumido en interminables conflictos, tanto geopolíticos como culturales y sociales, todos ellos entrelazados entre sí. De otro, los territorios de lo que Shengor denominó 'la negritud', también sometidos a vaivenes culturales, religiosos y geopolíticos y a la competencia de las grandes potencias por controlar sus recursos, desde el petróleo a las tierras raras, y a las distintas formas de controlarlos, corriendo las distintas naciones suertes muy dispares en el tablero africano. Y, por supuesto, a una covid silente, infradetectada, pero que ha dejado en África un reguero de sobremortalidad -e infravacunación- que parecemos ignorar.
Más aún, al decir de los climatólogos, África y, en menor medida, Oriente Próximo -donde el agua es un recurso crucial- sufrirán el calentamiento terrestre con mayor rigor que otras regiones.
Se dibujan escenarios que plantearían problemas de enorme complejidad a Europa y, muy en concreto a España. Ya estamos viendo los primeros síntomas. Las fronteras que España comparte con África están entre las que presentan mayor desigualdad de rentas, mayores que, por ejemplo, la de México con los Estados Unidos. Y sucede lo mismo con las de Marruecos o Argelia con el Sahel. La combinación de conflictos geoestratégicos y culturales adobados con ese anunciado calentamiento terrestre, podría provocar una de las mayores migraciones de la historia desde el Sur hacia el Norte. Por supuesto, ningún muro podrá pararla, tal y como estamos comprobando casi a diario.
Es posible que una Europa con una base de su pirámide poblacional menguando requiera, más allá de la robotización, mano de obra en el futuro. Pero la magnitud de esa posible migración -ya empezamos a verlo- desbordaría con mucho las supuestas necesidades europeas. Quedarían, además, los problemas que plantea la convivencia entre personas de culturas tan diversas sobre un mismo territorio. Intriga cuál será la actitud de países como China o, más adelante, India, cuando una probable escasez de mano de obra plantee la necesidad de importarla. Podría ser una notabilísima válvula de escape a la demografía africana mientras lleva a cabo su transición demográfica.
Nadie parece contemplar estos escenarios, probables, siquiera públicamente. Hay propuestas de un 'plan Marshall' para África, sin entender que aquello fue un plan para financiar la reconstrucción y no para construir un mundo nuevo. Solo China parece tener un plan, construyendo remedos de las viejas factorías británicas, infraestructuras, y, ojo, utilizando 'soft power' (puño de hierro en guante de seda) a través del Hanban, una especie de Instituto Cervantes chino, por ahora promoviendo convenios bien financiados con al menos 48 universidades para crear institutos confucianos y el uso del mandarín como segunda lengua. Amén de acuerdos desconocidos con otras entidades.
Asistimos, por tanto, a momentos cruciales. Por un lado, acelerada la caída de la fecundidad por crisis económicas y la covid, la humanidad podría comenzar a decrecer por vez primera es su historia. Pero, por otra parte, las desigualdades en las pautas demográficas podrían crear dos mundos, el que crece y el que decrece, a modo de placas tectónicas. Y España estará justo en la falla demográfica, en la frontera entre ambos mundos.
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