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Hay quien cree que una lengua es algo granítico. Rígida, inamovible y que se habla igual en todos lados. Los «amigos del asturiano» -muy activos a cuenta de la cooficialidad- es lo que repiten constantemente como si fuese un mantra. Dicen que existen muchos bables ... y, por tanto, niegan su existencia. Sin embargo, la realidad lingüística es bien distinta. Al igual que unos zapatos cuando se utilizan, las lenguas acaban deformándose. Moldeándose y adaptándose a las circunstancias de los territorios. Es lo que le pasa, sin ir más lejos, al propio castellano. No es exactamente el mismo en el País Vasco, Andalucía o Canarias. Tiene un tronco común, claro, pero a partir de ahí sus expresiones o giros son diferentes. Eso en modo alguno significa que no lo puedas entender, sino que se han creado variantes por su uso, que lo enriquecen. Según esa teoría de que un idioma cualquiera tiene que estar esculpido en mármol, el latín jamás hubiese evolucionado. Es más, los «amigos del asturiano» seguro que incluso hubiesen rechazado al castellano por ser «un latín mal hablado».

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