A la hora de tratar la historia hay varios problemas, entre ellos, tres muy importantes: el adanismo, la manipulación y el presentismo. Los adanistas consideran que con ellos comienza el mundo, que, en España, antes de nosotros, no hubo árabes, visigodos, romanos o suevos, con ... sus respectivos universos. Los manipuladores siguen aquel cínico adagio de Napoleón acerca de que la historia no es más que un conjunto de mentiras acordadas, y es algo que sufrimos a diario. En cuanto a los presentistas, es una plaga lo de intentar juzgar el pasado y sus protagonistas con criterios del siglo XXI. ¿Acaso puede alguien protegido por la Constitución juzgar las acciones de un general romano? Con estos mimbres en la cabeza, vemos cómo los historiadores intentan hacer su trabajo, «avanzan con su antorcha titilante por las sendas del pasado, tratando de reconstruir los sucesos, de escuchar sus ecos, de iluminar con pálidos rayos la pasión de los días antiguos».
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Estos historiadores deben transitar por sendas más o menos ortodoxas, un hándicap que no tenemos los escritores, o no del todo. Los escritores podemos sumergirnos en las épocas, recrear su mestizaje, su bullicio, su complejidad de una manera estimulante, con unas herramientas que los historiadores quizás no puedan utilizar en toda su potencia. El escritor, respetando los hechos comprobables, puede utilizar la ficción para crear puentes sobre las zonas más oscuras o turbulentas, para dar vida a verdaderos 'tableaux vivants'. Porque, ¿quién es la mayor autoridad sobre la aristocracia francesa de entre siglos, un historiador o Proust? Posiblemente, la complementariedad resuelva muchas cosas.
En esta tarea se ha empeñado la Asociación de Escritores con la Historia. Somos un grupo de escritores quiero pensar que tan comprometidos con las palabras como aquel Dylan Thomas que se proclamaba un artesano minucioso, concienzudo, involucrado y retorcido en ellas. Y a través de la palabra, queremos enfrentarnos a los manipuladores, adanistas y presentistas que pretenden que la historia de España no sucedió. Porque, cuando les escucho, siempre me acuerdo de lo que dice Cleón en la 'Guerra del Peloponeso', de Tucídides: «Buscáis un mundo distinto de aquel en que vivimos, sin tener una idea cabal de la realidad presente». Y la realidad presente pasa por todos los siglos que nos preceden. Los prejuicios, la propaganda, las tergiversaciones, la ignorancia, todo se conjura para intentar borrar una de las epopeyas más increíbles del mundo, que es el devenir de nuestro país. No se puede entender España sin saber quién fue Leovigildo, sin haber leído a Bernal Díaz del Castillo, sin ser consciente de que la vuelta al mundo de Magallanes y Elcano fue más difícil que subir a la Luna, sin saber que los españoles ya tenían guerras con los apaches en el sur de Estados Unidos antes de que armasen siquiera el 'Mayflower', o sin conocer los veneros hispano-romanos de nuestra sociedad.
La novela histórica es un cartucho más en esta guerra por la verdad. Novelas que hablan de las masacres y las gestas, de la creatividad y las miserias. Novelas que hacen apología de nuestras virguerías, pero también nos muestran los duros rostros de nuestros demonios históricos. Sin reverencia ni resentimiento, con rigor intelectual, con probidad. Hubo esclavismo, matanzas, saqueos, humillaciones. Pero también tuvimos la labor misionera, las universidades, las hazañas del 'Glorioso', la expedición Balmis; aquí nacieron Séneca, Marcial, Trajano; nuestros legisladores crearon las Leyes Nuevas de 1542. Las novelas nos cuentan la 'Guerra Civil' atendiendo a ambos bandos, pero también nos hacen saber que no hay un sola 'Guerra Civil', sino que hubo más, tres en el siglo XIX y antes, una guerra de Sucesión hasta 1714, y antes, las de los reyes católicos contra Enrique IV y luego contra la Beltraneja... Son pedazos de la historia. De nuestra historia. Y debemos internarnos en la oscuridad, pero también ser conscientes de lo que decía Chesterton: «La mediocridad posiblemente consiste en estar delante de la grandeza y no darse cuenta».
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Debemos ser honestos con lo que contamos, porque una cosa es la historia y otra la mitología retrospectiva, y ambas tienden a mezclarse. La historia no es un tuit, ni un mitin, ni una soflama ideológica. Y nosotros lo tenemos claro. Juan Eslava-Galán nos cuenta la posguerra española; José Ángel Mañas reformula la figura de Pelayo; Jesús Sánchez-Adalid resucita la Córdoba califal; Luz Gabás hace que la nieve caiga sobre las palmeras; Almudena de Arteaga pasa de la Princesa de Éboli a la Cádiz de 1947; Emilio Lara nos recuerda quién fue el relojero de la Puerta del Sol; Carmen Posadas nos muestra la leyenda de la perla Peregrina; yo mismo recreé la expedición de Francisco Vázquez de Coronado en 1540; Eva Díaz Pérez defiende que la modernidad en España comienza con Elio Antonio de Nebrija; Isabel San Sebastián nos relata las luchas de los astures contra los árabes; Elvira Roca Barea desmiente la leyenda Negra; Chani Henares nos cuenta cómo era España hace 30.000 años; Santiago Posteguillo nos enseña cómo manejar una gladius; Javier Sierra nos incita a compartir las horas que Napoleón pasó en la gran pirámide; Augusto Ferrer-Dalmau pinta las guerras carlistas; Inocencio Arias nos explica el mundo a través de la diplomacia; Javier Lorenzo nos enrola en las Cruzadas; José Calvo Poyato nos desvela quién mató a Prim...
Este grupo de autores se ha unido para escribir contra el cainismo, contra la polarización, contra el 'César o Nada', contra los inquisidores culturales, contra los Savonarolas de la memoria, contra la falsificación y la mutilación de la historia de España. Porque, citando a Churchill, entre las doctrinas del camarada Trotsky y las del doctor Goebbels tiene que haber un espacio suficiente para hombres como ustedes y como yo, y para algunos otros, en el que podamos cultivar nuestras propias opiniones.
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