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Antonio Escohotado se fue a Ibiza para morir. Igual que los antiguos, se separa de la tribu para dejarse fenecer en cualquier lugar discreto. El problema es que la tribu va a Escohotado para hablar con él mientras se muere (que no tengo tan claro ... que lo vaya a hacer tan pronto como él quiere). Entretanto, el periodista Ricardo F. Colmenero le visita para registrar sus últimas palabras en cuerpo mortal ('Los penúltimos días de Escohotado', editado por Esfera de los Libros). Horas y horas, hablando, bebiendo, comiendo. Escohotado se dedica a estudiar fonética noruega, revisa a Kant, permite que su memoria fotográfica se despliegue y habla de leyes persas y de astronáutica, de drogas y poemas en griego. Aprender. Es lo que más placer le provoca a Escohotado. Las leyes penales de China. La genealogía de las drogas. El Real Madrid. Lo que sea. Aprender significa ponerte cerca de las cosas y darte cuenta de que nunca son iguales de lejos que de cerca. Y de cerca te van a obligar a cambiar tus ideas. Nada de prejuicio, solo juicio. Y a través de ello cada individuo está obligado a ser el que es, no a través de sus descendientes, sino de él mismo.
Escohotado habla y habla, un flujo de conciencia, un agradecimiento por cada momento en que no hay dolor, que considera un don del ser. No hay que perder el tiempo. Pero tampoco hay que rechazar la muerte, sino abrazarla. Escohotado es un cenobita moderno. Un filósofo que ama al hombre, la idea tal y como fue formulada por el estoico Antístenes. Y te manda leer la epopeya de Gilgamesh. Y te explica la Fenomenología del Espíritu de Hegel. Y si le preguntas por Podemos te habla de Aristóteles. Tras el viejo hallamos al hippie que se perdió más de una década en Ibiza, que fundó la discoteca Amnesia con un amigo, que traducía a los autores americanos para Anagrama, que follaba un montón (nos cuenta hasta las enfermedades venéreas que contrajo) y traducía la Biblia del latín. «Importa la realidad, no la actualidad», pontifica Escohotado. Sobre la eutanasia afirma: «Si a los seres humanos les quitas la capacidad para suicidarse de una forma económica y elegante estás haciendo la más brutal canallada concebida hasta ahora contra la especie». Disfruta hablando de las croquetitas y el Dom Pérignon que pone Florentino en el palco del Real Madrid. Está convencido de que uno fundamentalmente muere en la ignorancia.
Sobre las drogas, que quizás hayan distorsionado su figura (un poco como las burradas en la tele a Umbral), nos cuenta lo que ya nos contó en su enorme 'Historia general de las drogas?: cosas como que Marco Aurelio desayunaba todos los días un haba de opio de Egipto con vino caliente. Rememora las cuentas altísimas que tenían en las boticas tipos como Wagner o Goya para comprar opio, que entonces se llamaba láudano. Piensa que el paracetamol o el ibuprofeno no son más que placebos. O que la heroína, bien tomada, puede combatir el cáncer (¿?). Otro de sus libros capitales es 'Los enemigos del comercio', donde defiende que es el intercambio, la prosperidad, un mundo con profesionales que den servicios unos a otros, fontaneros, tenderos, abogados, una sociedad donde no haya mártires ni profetas, lo que produce la paz. Tres mil páginas para decirnos que un hombre que pretenda más que ejercer bien su oficio es un memo y un soberbio. Un enorme invento que asegura que no estamos aquí para salvar ni para que nos salven, sino para ayudar.
Escohotado se está muriendo, pero no se muere todavía. Y recuerda que el adulador es el principal enemigo de las personas. Defiende la independencia, el conocimiento, el coraje, la paciencia. Una aristocracia de la inteligencia. El 20% furibundo contra la estupidez y lo políticamente correcto. Y vuelve sobre la idea del aprendizaje, tan esencial para él: aprender significa disfrutar cambiando de idea. La verdadera vida no es confirmar lo que crees que sabes, sino aprender, el hallazgo. Y argumenta que la condición humana puede ser muy jodida, y habla de «ese canalla», Murdoch, que descubrió que a mucha gente le gusta, en el fondo, ver que los demás son todavía peores que ellos, les tranquiliza, y de ahí sale su perfecta definición de noticia: lo que nadie quiere oír si se refiere a sí mismo, pero todos están interesados en conocer si se refiere a otro. Escohotado mueve sus finísimos dedos, como patas de araña, y fuma, y se ríe, y deja que su profunda voz llene la estancia y el espíritu. Pero sigue en carne mortal, no acaba de morir. Y se pregunta cuánto podrá durar la democracia, cuánto más va a permitirse la tranquilidad en un mundo lleno de idiotas y psicópatas. Aun así, nunca hemos estado mejor, afirma, es un momento de celebración, y rememora las tres condiciones del sabio: nada en exceso, no pidas imposibles, y conócete a ti mismo. Cumple esas tres condiciones y serás dichoso, pero yo lo veo muy complicado, estimado Antonio, mucho, casi inalcanzable, pero está bien saber que existe un posible Valhalla.
Yo siempre recuerdo aquel vídeo en que Escohotado define lo que es la civilización, y que no es más que decir «por favor» y «gracias» y «que tenga usted buenos días». Algo simple, pero tan genial, porque para llegar ahí debemos recorrer un larguísimo camino. Esa ética como norma individual de conducta, la moral como norma colectiva de conducta, y el derecho como cristalización de una cosa que no es ética ni moral, un algo coactivo, que es para todos en todo caso. Y Escohotado continúa hablando, una voz que lo ocupa todo, como un Kurtz bueno. Elocuencia, independencia, veracidad. A veces, cierta contradicción. Y llega la última cuestión, la más grande: la muerte. Porque ya sabemos que Escohotado se quiere morir, pero no se muere todavía. A lo mejor porque la parca quiere escuchar un poco más su voz. Y él cree que tenemos solo dos opciones: o que no haya nada, y ya será el descanso eterno, de una vez y por todas, o habrá un cielo, uno hecho de memoria, lleno de tus recuerdos más felices, donde te espera la gente que te quiere y a quien has querido, y que sí, que él prefiere el cielo-memoria, donde encontrará a su madre, a su hijo muerto. Y ahí Escohotado deja de ser racional, y sus ojos se humedecen, y sabemos que solo es un buen hombre.
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