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Hemos despedido un año con la misma incertidumbre con la que nos lo encontramos doce meses atrás. La convención que nos permite entendernos con el tiempo ha puesto a muchos en el año nuevo exhaustos, con más dudas que certezas, y con los deseos de ... la Nochevieja anterior casi intactos. El vaivén de las sucesivas olas de coronavirus ha dejado un desgaste mucho mayor del que esperábamos cuando la vacunación masiva alentaba la expectativa de comenzar 2022 con la pandemia reducida a los anuarios. La variante ómicron, más leve gracias a las vacunas, pero extraordinariamente contagiosa, ha obligado a los gobiernos regionales a recuperar medidas improvisadas. Con Madrid convertida en una isla tan autónoma como discrepante, el Gobierno no se ha atrevido a establecer unas normas que unos iban a seguir y otros a ignorar. Así que el año se ha terminado convertido en una especie de 'sálvese quien pueda' en el que las regiones más golpeadas por la enfermedad han establecido una suerte de confederación de emergencia. Al mismo tiempo que aplican nuevas restricciones, las autonomías han tenido que iniciar el año con medidas de alivio para evitar que la castigada sanidad descarrile. Ya no es tanto la falta de camas hospitalarias como la capacidad del sistema sanitario para afrontar una multiplicación de pruebas, seguimientos y atención que ha llevado el agua hasta el cuello del personal. El Gobierno también ha aprobado reducir el tiempo de cuarentena a siete días para evitar que la actividad económica y social se atasque en los confinamientos.
Este baile de medidas, que aplica las terapias de choque y las balsámicas casi en la misma proporción, alienta la incredulidad. Tal vez sea la receta necesaria, pero la administración la explica con tan poco interés que cada día cuesta más ponerse sus ungüentos con convicción. Así las cosas, el tan necesario ejercicio de buscar esperanza en el año que empieza se antoja difícil. Aunque quizás no tanto a poco que se ponga un pie en las calles de Asturias. Hay mucha esperanza en el esfuerzo de los ciudadanos por superar cada bache, en la lucha sanitaria que no entiende de festivos, en los autónomos que levantan cada día la persiana por más complicadas que se pongan las cosas, en la resistencia de una hostelería malherida o en el empeño por seguir adelante en las aulas. En las dificultades que vadean las industrias urbanas o en la lucha de los jóvenes por seguir en el campo que han heredado de sus padres. En ese mundo real, últimamente muy complicado, se puede encontrar más esperanza que en las quimeras virtuales por las que a menudo transita el debate político.
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