No puede decirse que Faustino Rodríguez Arbesú haya muerto como del rayo: la suya fue una muerte luchando a brazo partido por la vida contra una cruel enfermedad que le fue minando la resistencia del cuerpo pero nunca del ánimo. No hace ni dos semanas ... que me expresaba el deseo de escribir una especie de memorias, algo que no sería vano, porque vivió tan intensamente que a todos nos producía asombro su capacidad y resistencia. Una infancia difícil; añadidas otras dificultades de índole particular a los que nos tocó soportar la posguerra; una juventud plena al lado de su esposa Pochola y de sus hijas Sofía e Isabel, y una madurez que fue minando su resistencia con pérdidas y algunos acosos de malnacidos. Digámoslo tal como lo hemos visto y conocido, porque Tino Arbesú fue uno de mis mejores amigos, y por ello no teníamos secretos.

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Nos conocimos ya a mediados de los años 60 en la Fábrica de Moreda, donde él pasó a ser jefe del taller de fundición. Un trabajo que compaginaba opositando como profesor en la escuela de peritos industriales. Había tiempo aún para desarrollar dos de sus grandes pasiones: una de ellas era el cine, y por eso con el apoyo de algunos que sentíamos sus mismas aficiones puso en marcha el cine club Ensidesa, con la venida a Gijón de algunos directores importantes como Pedro Olea. Pero en lo profundo de su alma estaba el cómic, que lo había alimentado desde la niñez, y llegó a profundizar en aquel arte que creaba mundos imaginarios bastantes años antes que el cine. Durante bastante tiempo, en una colaboración semanal en EL COMERCIO, iba resaltando la importancia de las tiras que aparecieron por primera vez en la prensa americana, y que sirvieron como orientación posterior para crear el llamado lenguaje cinematográfico.

Al mismo tiempo que Faustino se relacionaba con los mejores historietistas, creaba el Festival Internacional del Cómic y publicaba los primeros números de la revista 'El Wendigo', le caía a la vez la maldición de que en el taller que dirigía comenzaron a surgir como una epidemia -tal vez añadiendo defectos médicos y de higiene- casos de silicosis, donde Tino puso lo mejor de sí mismo para salvar a su gente. Aún se muestran agradecidos a su persona los pocos que sobreviven (sobrevivimos) a aquel infierno. Para muchos Tino Arbesú, como hoy mismo me decían, fue uno de los grandes padres y maestros del cómic. Para los que lo tuvimos cerca fue el valiente -para los bien pensantes quijotesco-, que un día se enfrentó con la dirección de la fábrica porque estaban vertiendo el alquitrán a las alcantarillas, a pocos metros del mar. Obligó a sacarlo en camiones, y naturalmente, no se lo perdonaron.

Donde quiera que estés, queridísimo amigo, espéranos para seguir hablando. Aunque tengamos que decir como la última vez que somos como ovejas a merced de los lobos y las lobas. Un lugar tranquilo para poder seguir hablando con tantos y tantos a los que tuviste la suerte de conocer y ser su amigo. Sé que nunca dudaste de los que contigo estuvimos y te quisimos.

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