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El precio de la electricidad, un bien imprescindible si los hay, no deja de darnos sustos. Cada día supera un récord tan inasumible para los consumidores como incomprensible para los profanos, que somos casi todos. Creíamos que ya no había misterios, pero los enrevesados recibos ... de la luz lo desmienten cada mes. Por más que los desglosan, menos nos aclaramos.
La preocupación por los precios de los productos y servicios básicos es una constante con la que vivir, pero el desbordamiento actual de las tarifas eléctricas adquiere caracteres inasumibles. Primero, porque es un servicio imprescindible para el consumo doméstico, que afecta a todas las familias, sea cual sea su capacidad adquisitiva, aunque de manera especial a las más modestas.
Pero la electricidad es algo más que la luz doméstica: se trata del elemento más necesario para mantener el desarrollo industrial, el funcionamiento de los avances tecnológicos y el equilibrio imprescindible en la economía global. Será imposible mantener a raya a la siempre temida inflación si el coste de la electricidad no se estabiliza.
El descontrol global que refleja la economía tras los efectos de la pandemia y las ambiciones de capitalizarla, muestran infinitas contradicciones. Una muy simple la estamos viendo en el empeño por implantar los coches eléctricos al mismo tiempo que se encarece su coste de funcionamiento. Y lo mismo ocurre con otros muchos elementos.
Pero si la escalada de los costes alarma, no alarma menos la incapacidad que demuestran gobernantes nacionales y comunitarios para encontrar la manera de controlarlos. Algunos comparan lo que ocurre con los altibajos en el precio de los combustibles, pero no es lo mismo.
La producción, extracción y venta del petróleo está en manos de unos pocos países productores y grandes compañías internacionales, que juegan con su precio regulando a su manera las extracciones, la distribución y el almacenamiento para obtener mayores beneficios. En el caso de la electricidad, su precio depende de la amortización de la infraestructura, del coste de producción, de la distribución, de los beneficios de las eléctricas y de los impuestos. Parece que en el conjunto de estos factores está el problema. Un problema que cuando llega la factura de la luz a fin de mes angustia en los hogares, desestabiliza los negocios, encarece los precios de los demás componentes de la compra y pone al borde de la quiebra a las grandes empresas industriales. Ha terminado el paréntesis agosteño, que paraliza las iniciativas, pero ya estamos en septiembre; se está agotando el plazo para resolverlo.
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