Nos gusta dar por hecho que cada persona es un mundo, quizá porque de ese modo nos sentimos singulares, personajes únicos en una gran trama, en una interminable novela coral que escribimos entre todos. Bueno, sí y no, ¿verdad? Incluso se le podría dar la ... vuelta a la frase y no cambiará gran cosa: cada mundo es una persona, y tan contentos. Dicho lo cual, y tanto si cada persona es un mundo como si cada mundo es una persona, que eso al fin y al cabo es lo de menos para el mundo y para una persona, tal vez podríamos contemplar la hipótesis -solo la hipótesis- de que todos, por muy mundo exclusivo que seamos, respondemos a alguna tipología, precisamente porque compartimos un mismo mundo, y quien dice «mundo» dice «realidad».

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Las redes sociales han sacado las tipologías humanas del laboratorio más o menos abstracto y más o menos confidencial de la psicología, para mostrarlas en todo su esplendor ante cualquiera que tenga la curiosidad de asomarse a esos ámbitos caóticos y narcisistas en que la gente cuelga la foto de su mascota o de sí mismo, o de ambos a la vez; de su paella o de su bicicleta de montaña recién estrenada, de su padre recién muerto o de un postre barroco de varios miles de calorías. Hasta ahí bien: la muestra gráfica del paso de una persona por el mundo, de esa persona que es un mundo o de ese mundo que es una persona, o lo que sea. Pero lo verdaderamente revelador viene cuando esa persona da el paso de lo visual a lo mental, pues es ahí cuando expone a las claras su tipología de fondo: cuando opina, así su opinión esté cercana al exabrupto y así se fundamente en la desinformación y en la irracionalidad, ya que tampoco vamos a ponernos escrupulosos con respecto a una mera opinión.

No me importa reconocer en público que, dentro de esas tipologías humanas, hay una que me fascina especialmente: la que integra a la que podríamos denominar la Cofradía del Pero. «¿Del Pero?», se preguntarán ustedes. Sí, la de esos pensadores vehementes que proclaman: «Yo no soy antivacunas, pero...», o bien: «Yo no soy negacionista, pero...», o: «Yo estoy en contra de Putin, pero...» o incluso: «Yo no voto a Vox, pero...». Y tras ese inquietante «pero» viene toda una filosofía que acaba negando la eficacia de las vacunas y la existencia de los virus modernos, así como justificando la invasión de Ucrania y postulando a la ultraderecha como una solución posible para nuestros males colectivos. Es una secuencia que raramente falla, porque se ve que la conjunción adversativa «pero» tiene sus peligros. Entre otros, en fin, el de que nuestro pensamiento acaba siendo un alegre porrompompero. Pero...

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