«Se compran monedas para fundirlas». Ese anuncio surrealista está en las calles de Buenos Aires desde hace meses y a esa situación increíble se ha llegado por dos motivos. En primer lugar porque la inflación desbocada ha devaluado enormemente al peso argentino y en ... segundo lugar porque las monedas tienen un alto contenido de níquel, metal que se ha revaluado mucho desde el conflicto ruso-ucraniano. Hace una década se cambiaba un euro por 7 pesos y ahora por 126. Pero el anuncio que invade tanto las redes sociales como las calles bonaerenses es solo la punta del iceberg de un país que lo tiene todo para ser un grande y en el que, en cambio, muchos argentinos malviven.

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Una breve semblanza de Argentina nos indica que es un país con una inflación anual del 59% y que tiene un mercado intervenido para el cambio peso-dólar, lo cual conduce a un inmenso mercado negro. De hecho, en estos momentos, en Madrid ya resulta muy difícil conseguir cambiar pesos argentinos por euros o por dólares. Eso lo dice todo. Argentina es un país en el que todo el mundo es peronista, pero después hay mil facciones o bandos dentro del peronismo, enfrentados a muerte por el poder. Su capital, Buenos Aires, es una urbe impresionante con la que dicen que es la avenida más ancha del mundo, la 9 de Julio, donde está situado el Gran Obelisco. La aglomeración urbana bonaerense ya agrupa casi a la mitad de la población del país.

Cuando estuve en Buenos Aires tuve una sensación curiosa, porque se palpaba, a la vez, grandeza y decadencia, ya que la ciudad fue considerada hace un siglo la París sudamericana. Es interesante pasear por la bulliciosa calle Florida, donde se puede ver bailar tango en la calle, degustar una extraordinaria carne y unos deliciosos helados, sabrosas pizzas, alfajores, el típico mate y el icónico dulce de leche que invade toda la repostería y que es un orgullo nacional. Argentina está dividida en castas. Por un lado, los empleados públicos, que llevan una vida de lujo, con altos sueldos y unas envidiables jornadas laborales, y por otra el resto de los mortales, los cuales muchos malviven. Curiosamente, las huelgas las protagonizan casi siempre los primeros, porque son los que tienen mayor poder de negociación. No es extraño ver a personas de avanzada edad mendigando, niños pidiendo limosna y coches desvencijados así como taxis piratas. Buenos Aires es una mezcla entre París, elegante y clasista, y Santo Domingo, sórdida y suburbial.

Todo en Argentina recuerda a tiempos pasados porque el futuro es negro, aún teniéndolo todo para vivir muy bien, ya que el país cuenta con una extensión equivalente a seis veces España, muchos kilómetros de costa, un gran potencial turístico y una poderosísima ganadería, así como muchos recursos naturales. Pero, todo eso no sirve de nada si se ha instalado en el país una cultura de mera supervivencia, de trampa y engaño, todo ello propiciado por una clase política vampirizante que ahoga cualquier intento de recuperación económica.

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Buenos Aires es ciudad de grandes contrastes. Antes, el boxeo era un modo de escapar de la pobreza y de allí salieron púgiles como Nicolino Loché (la mejor esquiva de la historia del boxeo), Oscar Bonavena (capaz de plantarle cara al gran Cassius Clay) o Carlos Monzón (el mejor peso medio de la historia). Ahora en el Luna Park, donde había aquellos grandes combates, se celebran espectáculos artísticos, no muy lejos del lujoso Puerto Madero, que es como el Manhattan argentino, aunque cerca están las vergonzosas chabolas de Villa 31. Una de tantas cosas en común entre Argentina y España es el gran peso del fútbol en la sociedad. Con más de una docena de equipos de primer nivel, como River Plate, Boca Juniors, San Lorenzo de Almagro, Independiente, Racing de Avellaneda, etc., y algunos estadios que son santuarios, como La Bombonera o el Monumental, el fútbol lo absorbe todo y lo impregna todo. Una sociedad dividida entre Ríver y Boca, como aquí entre R. Madrid y Barcelona, porque la gente necesita sentirse involucrada en algo que cada semana la mantenga atenta e ilusionada, ante el espectáculo patético y esperpéntico en el que se han convertido las vidas políticas de ambos países.

Los procesos migratorios entre ambos países han sido continuos a lo largo de los dos últimos siglos y España ha desaprovechado, de una forma lastimosa, su capacidad de liderazgo en Hispanoamérica para ejercer un papel como el que tiene Gran Bretaña en la Commonwealth con todos los países de habla inglesa. Otra oportunidad perdida más. España y Argentina tienen en común hasta los casos de las Islas Malvinas, ese archipiélago que pertenece a Gran Bretaña situado en frente del Cono Sur, y en nuestro caso Gibraltar.

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Dice el alemán-isrealí Robert Aumann, Premio Nobel de Economía del año 2005 y especialista en Gestión de Conflictos, que «una sociedad empieza a ir mal cuando las tensiones internas pesan más que la fuerza unitaria para superar las amenazas del exterior». En esos puntos las sociedades se descomponen que es lo que está ocurriendo allí y aquí. España es una sociedad envejecida, endeudada, burocratizada y desunida. También empiezan a ir mal cuando se decide quitar dinero a quienes se desloman trabajando para dárselo a los que no quieren hacerlo.

En la vida siempre fue más fácil destruir que construir y todo lo que hemos conseguido se puede ir al garete, de forma rápida, si la ruta continúa siendo la de ser líderes en crecimiento de la deuda pública y en empleo público burocrático, porque eso no hay sociedad que lo resista. Por eso decía Gardel, el rey del tango, que «Es un soplo la vida, veinte años no es nada…», porque en menos de veinte años un país se puede hundir, pese a contar con los paraguas protectores del euro y de la Unión Europea.

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