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Tengo un compañero universitario, nativo ovetense como yo, que se doctoró en otra universidad y, finalmente, obtuvo su cátedra en una tercera. A quienes nos hemos quedado en Asturias, donde hemos nacido, estudiado y ubicado trabajo y vida, nos define, con su peculiar ironía, como ... producto de lo que él llama 'Efecto Pelayo'. No quiero ver a tal denominación connotación negativa alguna, aunque tal vez la tenga: la de quedarse en lugar provinciano, perdiéndose los privilegios de la metrópoli donde vive. Al contrario, me considero afortunada por poder vivir aquí y, pudiendo haber elegido otro lugar, creo que he tenido suerte por ganarme la vida en la tierra donde nací. Todos tenemos amigos que han debido emigrar para lograr trabajo estable. El tiempo ha demostrado que no eran leyendas urbanas las multitudes de jóvenes que, queriendo ganarse la vida en esta tierra, no han podido hacerlo y han terminado huyendo. Datos recientes ponen de manifiesto que Asturias está a la cola de España en tasas de actividad de empleo juvenil. Nuestra región tiene la tasa de actividad de jóvenes más baja de todo el país (24,4% frente al 37,3% a nivel estatal) y la menor tasa de empleo de España entre la población adulta.
La cuestión es que tenemos los políticos que nos merecemos, caracterizados por su vacuo 'grandonismo', como lo tiene el asturiano medio que declara: «Como en Asturias no se está en ninguna parte». Depende de gustos, diría yo. Fue sonrojante escuchar, no hace mucho, a Adrián Barbón declarar que Asturias será en la próxima década «el paraíso de la industria verde y el talento». Son declaraciones de intenciones que luego se quedan en nada. De momento, tenemos trenes que no caben por los túneles, mientras que el presidente declara que la apuesta por la ciencia, la innovación y el desarrollo tecnológico son las llaves de futuro para lograr el objetivo señalado y luego añadir que, en este mandato, se ha iniciado una enorme labor de cambio. ¿Cuándo me la he perdido? ¿Estamos ya en campaña electoral? Para más inri, a quienes no vemos semejante avance, porque la deformación profesional nos lleva a prestar atención a los números, que nos arrojan una mala situación económica, nos dedica la frase de «explotación interesada del victimismo».
Pues mire, no. El papel de víctima nunca me ha gustado. Más bien, el papel de asturiana atenta a la realidad de su tierra y, con todo, optimista y deseosa de un futuro mejor que el que el Gobierno del PSOE le ha dado en todos estos años. A la pregunta '¿por qué fracasa Asturias?', Xuan Cándano contesta en su libro 'no hay país', aportando sus claves. En primer lugar, es escéptico sobre las explicaciones de tipo cultural o, incluso psicológico, como justificación de la falta de iniciativa económica y política. El análisis que hace de hechos relevantes de la sociedad asturiana de las últimas cuatro décadas produce vértigo y resulta descorazonadora. Cándano no solo cuenta la historia sociopolítica asturiana, sino que arroja una explicación razonada, a la cual me sumo, de las causas de esta crisis permanente en la que vivimos los asturianos, dicho sea de paso, con demasiada resignación. En última instancia, el problema radica en que carecemos de proyecto como país. Y apunta que somos una autonomía otorgada, no demandada, uno de cuyos hechos diferenciales más relevantes, si no el que más, es una clase política desmesurada, endogámica; una masa creciente, cada vez más numerosa y compacta de políticos, cargos públicos, liberados, asesores y burócratas beneficiados del tinglado autonómico y que, por consiguiente, seguirá votando al PSOE para poder sostener sus privilegios. Son los auténticos beneficiados, no los ciudadanos. No crean riqueza para la tierra, sino que piensan en su riqueza, a pesar de lo que digan las siglas. Tiene además el PSOE asturiano una capacidad inigualable de acrecentar sus tentáculos, después de tantos años de gobierno. Como señala el citado autor en 'Una sociedad cableada', esas instituciones políticas extractivas son la causa principal del retraso económico de los países en general, y de nuestra patria querida en particular. Es la causa de este 'Efecto Pelayo' en que vivimos.
A todo esto, podemos sumar, diría yo, que caemos bien al resto del país. Leí en un estudio sobre las 17 comunidades autónomas, muy diversas ellas, un análisis de cuáles son las más amadas y las más odiadas. Y entre esas filias y fobias resulta que Asturias es el territorio más querido por la población nacional, con nota media de 8 sobre 10. Tal vez por nuestro carácter o nuestra gastronomía, pero lo cierto es que la brújula marca indiscutiblemente hacia un punto cardinal. ¿Aspiramos los asturianos a convertirnos en un geriátrico, cada vez menos personas y cada vez más viejos, y que nos envíen desde el Gobierno central la remesa correspondiente para subsistir, dado que caemos bien, no hacemos ruido y rozamos la irrelevancia a nivel nacional?
Creo que es urgente dar una vuelta de tuerca a la actual situación para no llegar al hartazgo. En ocasiones he tenido ganas de coger un avión y no volver. Sin embargo, obtuve una plaza de funcionario aquí, con lo cual, de alguna manera, me tendí mi propia trampa respecto al 'Efecto Pelayo'. Aquí nací y, seguramente, aquí moriré, pero no quisiera seguir contemplando el declive asturiano. ¿Podríamos hacer algo? Darle banquillo al Gobierno de este peculiar PSOE con tantos votos cautivos es una idea.
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