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El 11 de junio la Asociación de Amigos de Portugal en España se reunía en León y con su alcalde, para honrar a uno de sus miembros más activos. Eduardo Matias Días Pereira, cónsul de Portugal en Castilla y León y Asturias. El día anterior ... está cargado de simbolismo para Portugal, al menos desde 1880, cuando un grupo de intelectuales lo dedicó a recordar a Camões, el relator de la epopeya lusa. En 1924 pasó a ser fiesta nacional, rondando la misma idea: 'la Carrera, la Descuberta'. En 1933, el signo de los tiempos le añadió 'la Raza'. En 1966, la guerra colonial hizo que derivase a apoyar al ejército que entonces combatía en ella. En 1978, la Tercera República mantuvo el Día de Portugal y de Camões y le añadió 'de las Comunidades Portuguesas', reuniendo así la visión que de sí tiene el moderno Portugal: un pueblo repartido por el mundo, que en él ha dejado su huella en forma de letras. Por eso, también es frecuente oir hablar del día de 'las Letras portuguesas'. Desde 2016 además de las celebraciones en suelo patrio, el gobierno portugués lo festeja en alguna capital extranjera: París, Río, São Paulo, Boston... Pero antes, en 2014, hizo un ensayo en Sevilla, donde su cónsul general organizó los actos, que tuvieron como protagonista a un grupo de instruendos y a sus profesores de la UIM, quienes embarcados en el 'Creoula' llegaron por el río desde Lisboa. Precisamente la oportunidad pudo ser aprovechada por el concurso de D. Eduardo, y el alineamiento de muchos astros, que lanzaron un mensaje de conocimiento y aventura a través de muchachos de 14 años y otros de más de 60, muchos peninsulares y algunos ultramarinos, que compartieron durante una semana experiencias vitales, entre las cuales no fue la menor remontar el Guadalquivir en un gran velero, desde el que vieron el faro de Chipiona, saludaron las carretas rocieras y se deslizaron entre la deslumbrante vegetación de Coria del Río. Y una vez en Sevilla, visitaron el Archivo de Indias, la antigua Universidad de Navegantes y la actual; oyeron a Carminho en una noche de fados en el edificio del Consulado, en el prado de San Sebastián, y fueron recibidos por el alcalde en los Reales Alcázares. Vivieron la magia de la noche sevillana, de la que partieron con la marea a las tres de la mañana para ver amanecer en Bonanza y cruzarse poco después con una sombra altiva, que resultó ser el Sagres, que salía en crucero de instrucción , y con el que intercambiaron saludos, alineados en los puentes; la misma honra que hicieron a 'O Navegador' al montar el cabo San Vicente.
El buen oficio de Días Pereira también lo demostró al contribuir a que la Universidad de Oviedo reciba en su claustro al jefe del Estado portugués, doctor Rebelo de Sousa. Pero si esto es relevante, más lo es su constante atención a la mayor comunidad portuguesa en las regiones españolas, pues si en 1990 las cinco provincias del consulado tenían 28.000 inscritos, la mitad residían en Asturias, que desde 1921 tuvo exclusivamente para ella un consulado en Gijón. Allí llegó en agosto de 1976 una jovencísima Celeste María Raposo Carina, que accedía a su primer destino, y a la que su inspector le recomendó llevar chubasquero y ropa de abrigo. Se encontró con una Asturias vibrante, muy distinta de su Évora natal. Lo notó en las comidas. Y en el alterne desenfadado por las sidrerías, a las que una vez repuesta del impacto, olfativo, sonoro y visual, les cogió el gusto. Y hasta hoy. Pero antes sucedieron muchas cosas. Eran tiempos convulsos. La comunidad portuguesa era grande y acuciaba con problemas que había que solucionar. Pero un mal día de enero la fatalidad hizo acto de presencia. Y cuando el entonces cónsul y ella iban a visitar a un preso, en el viaducto de Serín un camión con vigas de acero perdió la carga, y tanto su chofer como el cónsul fallecieron y ella quedó gravemente herida. Lo mismo le sucedió, un poco después, al cónsul que atendía Castilla y León. Así que hubo que restructurar el servicio y se decidió trasladar temporalmente el consulado de Gijón a León, ocupándose de los dos D. Eduardo, quien siempre reclamó como un acto de justicia la vuelta a Gijón. El, después de su largo servicio militar en África, en 1966 comenzó su carrera diplomática como cónsul general en Johanesburgo; después pasó a EE. UU. como delegado para la emigración, para acabar recalando en la embajada en Madrid, desde donde en 1990 fue destinado al consulado con chancilleria de León, que entonces acogió al de Asturias. Una larga carrera al servicio de Portugal que compartió con Celeste hasta su retiro 2021, una vez superada con mucho la edad habitual de jubilación. Mientras tanto nunca flaqueó su talante de buen hacer. Al fin, la usura de ocho décadas desgastaron su cuerpo, pero no su voluntad de servicio a sus conciudadanos y a la amistad hispano-lusa.
D. Eduardo es un hombre noble, siempre bien dispuesto, cortesmente portugués y eficaz en sus proyectos. Que ha viajado mucho y leído mucho y, por consiguiente, ha visto mucho y sabe mucho. Y esos talentos los ofrece a los demás con generosidad discreta. «Obrigado, senhor cónsul».
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