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No llamaría fiasco, ni pérdida ni derrota al hecho de que la anhelada Agencia de Inteligencia Artificial se vaya a tierras coruñesas porque, en efecto, como mentes reposadas han recordado, este equipamiento de primer nivel tenía varias novias y ya se sabe que muchos son ... los llamados y pocos los elegidos; en este caso solo uno. Es, eso sí, una decepción como la que puede tener el opositor, el licitador o el alumno que cree que es el mejor y, a veces injustamente, es preterido. Y aquí, para colmo, no hay forma realista de recurrir ni más derecho que el del pataleo.
Pero voy a decir lo que, en el plano estrictamente personal, me apena y me reconforta a la vez. Por mis muchos años de dedicación universitaria, por determinadas relaciones personales y por algunas responsabilidades menores en temas de investigación en organismos estatales, creo conocer suficientemente lo que se pretendía desde Gijón. Y qué y quiénes estaban detrás de ese proyecto fallido en el resultado, pero no en la excelencia del planteamiento. Y me entristece que ese capital humano, multidisciplinar; esa investigación con futuro real (las ciencias y la tecnología no se escapan de arropar camelos transitorios); ese impulso para una Asturias necesitada de iniciativas y empuje y, en fin, la Laboral, no se hayan valorado como muchos pensamos que se merecerían y desconozco si en el otorgamiento hubo politiqueos, aunque deseo vivamente que no.
Porque, junto a la tristeza, que no oculto, he tenido la satisfacción de ver a lo público y lo privado ponerse de acuerdo; a sumar fuerzas de departamentos, institutos y empresas dignas de vincularse a la I+D+i y, sobremanera, porque, donde me muevo, no he visto localismo alguno. Desde Oviedo, repito que hablo de mi entorno profesional, no he visto menos entusiasmo que en Viesques o Cabueñes; así de claro. Y creo que lo mismo en toda la región, por descompensadas que estén las alas, con excepciones de lujo, como Navia.
Inversamente, y es un buen signo, aunque quede mucha cutrez localista, he visto, escuchado y leído numerosas opiniones de urbanistas o periodistas, vinculados profesional o afectivamente a la Villa de Jovellanos, preocupados por el futuro de los terrenos, claramente metropolitanos, de La Vega, en Oviedo y ya se sabe y se viene repitiendo que no se ha dado el mismo trato, desde el Ministerio, a la antigua fábrica de armas asturiana que, curiosamente, a la radicada en A Coruña.
Alguien dirá que la unión en los pésames no deja, como en el refrán del mal de muchos, ser un consuelo de tontos. Yo no quiero verlo así y espero, con una política autonómica pedagógica al respecto (y queda mucho por hacer), dejar las rivalidades para derbis folclóricos en México con el señor Tebas de maestro de ceremonias.
Antes citaba a Jovellanos. En el magnífico edificio de Luis Moya, cuyo valor defendí públicamente muchas veces, incluso frente a personas notorias a las que aprecio, hay una facultad con su nombre. Era un lugar, la Laboral, especialmente idóneo para vincular la agencia no concedida a nuestro más ilustre pensador. Pero se ve que esto suena a romántico y no vende en ámbitos donde el humanismo (no digamos la historia de Asturias) es, por ignorancia, algo caduco.
Don Gaspar Melchor fue, entre tantas cosas, un gran jurista. El Instituto Feijoo de Estudios del Siglo XVIII, con el Ayuntamiento de Gijón, saca ahora a la luz un nuevo tomo de sus obras completas, dedicado a la faceta de jurisconsulto del genio gijonés, merced a la titánica labor del profesor Ignacio Fernández Sarasola que, amablemente, me invitó a supervisar las anotaciones sobre la temática funeraria.
Yo quiero ver el nombre de Jovellanos vinculado al presente de la ciencia y la cultura; no como un vestigio glorioso de un pasado convulso. Y por eso me atrevo, creo que con algo de autoridad, a censurar que la Facultad Jovellanos, por un errático convenio firmado por el rectorado anterior con los dos colegios de Abogados, haya dejado de acoger estudios del Máster de la Abogacía; algo en lo que me empeñé cuando los dirigí y que hubiera llenado, supongo, de satisfacción a alguien que tanto amó el progreso intelectual de su ciudad y al que, remotamente, me une, como ya he contado, el que fuera maestro de mi antepasado Ramón García-Alas, casado en Mareo y luego profesor de Matemáticas en el Instituto gijonés.
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