![No disparen a los Reyes Magos](https://s2.ppllstatics.com/elcomercio/www/multimedia/202212/18/media/opinion.jpg)
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Si ustedes están leyendo esto, es que han aguantado un año más. Enhorabuena. Podremos ver la bonita iluminación de las calles, y en vez de ser acosados por Herodes, las fauces digitales del consumismo nos acecharán con sus anuncios de saldos. Habrá un montón de ... falsos profetas gritando que pronto aparecerá en los cielos el Dragón de las Siete Cabezas, mientras nosotros llamamos a mamá para ver si nos hace esas casadielles tan ricas en la cena de Nochebuena. Como cada Navidad, y sin ser un chupacirios, leo un poco la Biblia; encuentro un hermoso fragmento de Pablo en su segunda epístola a los Corintios: «Tener mucha paciencia en las tribulaciones, en las necesidades, en los apremios; cual castigados, mas no muertos; como quienes nada tienen, poseyéndolo todo». Ahí estamos, querido Saulo. Y un poco más adelante, leyendo a Pedro, me acordé de todos los cabestros que nos están haciendo ver más estrellas que la de Oriente: «Son fuentes sin agua, nubes empujadas por el huracán, a quienes está reservado el infierno tenebroso». A ver si es verdad.
La Navidad es una especie de koiné, algo que compartimos, aunque no seamos religiosos, una tregua para sentirnos buenos o, al menos, envainar el machete durante unos días. Somos un poco más generosos con los óbolos, hay que tomar decisiones trascendentales como comprar un abeto de verdad o uno en los chinos, cerramos los ojos ante las consecuencias de tirar de la tarjeta o el Bizum (enero es un país lejano). La luz, el gas, todo está por las nubes, y también se lanzan un montón de kilos de CO2 a la atmósfera, pero qué bonitas las calles, y lo que ayuda la iluminación para que las pymes puedan sobrevivir y los niños nos encandilen con sus ojos asombrados. Habrá que aguantar las soflamas de los exaltados: que si nada de carne, que si el vino sin alcohol, que el marisco sufre y tal. Pero a nosotros lo que nos gusta es el champán del bueno, y los langostinos cabezones, y el Cinco Jotas. Encima de estar un año penando, lo que nos faltaba: que nos quiten la merluza rellena. Cuando llegue 2023, ya pondremos las LED, que gastan menos, aunque cuesten lo mismo.
Hay quien, con la excusa del fin del mundo, y el cabroncete ruso y el ahorro energético defiende 'menos Navidad'. Yo pienso lo contrario. La Navidad es una inversión pecunaria y psicológica. Es nuestro particular autohomenaje, un descanso para los héroes corrientes y molientes, que somos casi todos, pues, como escribía Daniel Jiménez, «¿no somos héroes todos los que sobrevivimos en un mundo cuyas normas y códigos han cambiado tanto que nos sentimos tan desorientados como Odiseo tras regresar a Ítaca? ¿No somos dignos de contar nuestra epopeya?». Aunque, puestos a elegir celebraciones, yo prefiero estar en el Valhalla, bebiendo grandes tragos de hidromiel en los cráneos de nuestros enemigos, no le hago ascos a comer la tarta de piña de mi madre (también ambrosía de dioses: no tiene vuelta atrás).
En otras eras geológicas, cuando atacábamos el cordero y el turrón, no pensábamos en los kilos que íbamos a coger (entre 2 y 5), en los azúcares procesados, en la sostenibilidad de las producciones, en los kilómetros de papel de regalo que irán a la basura, en el dispendio de comida (se tira alrededor del 25%). Más bien nos centrábamos en el roscón, en las bolitas doradas y la estrellita a colocar en la punta del árbol (una costumbre filipina), en los villancicos, en los cotillones, en fanfarronear que este año nos toca la lotería, en las cenas de empresa, en buscar un muérdago, a ver si ligamos 'en procura de mejoramiento', como decía la gran Imperio Argentina. 2.000 millones de personas en 160 países celebrando la Navidad, que no es poco. ¿Somos ahora unos 'vivalavirgen'? No, ya estamos asendereados, y somos conscientes de toda la vesania que nos rodea y del peligro que corremos, con un planeta que empieza a boquear. Simplemente necesitamos esta nueva Saturnalia, a fin de poder sobrellevar toda la crispación política, el estercolero económico, los siguientes doce meses en que nos intentarán someter con la ley del embudo: lo ancho 'pa mí', lo estrecho 'pa ti'.
Sé que hay gente enferma, viejos que están solos, no creyentes, personal indiferente, gente arruinada, individuos extraviados en la autocompasión. Pero, por favor, tengan paciencia y no disparen a los Reyes Magos. Déjenles acercarse, traen oro, por su valor, traen incienso, por lo balsámico, traen mirra, que es una sustancia resinosa antidepresiva. Les lanzarán caramelos a los críos. Incluso hay un negro entre ellos, para que después digan que no van con los tiempos y no son inclusivos. Y también traen eso tan demodé que es un poco de esperanza. El año que viene hay posibilidades de sobreponerse a esa leucemia, de encontrar un trabajo, de que el Tinder o el Grindr te encuentre pareja, de que la crisis afloje un poco la garra, de que fusilen a Putin. Se trata de aguantar un poco más, hombre. Ya hemos pasado antes por otros desiertos, y parecía que estábamos acabados, y mira. Esto no se acaba hasta que te golpean tres veces en la frente con un martillito de plata y te llaman por tu nombre de pila y no respondes, como a los Papas. Mientras tanto, entremos en el año nuevo. Aunque solo sea por joder.
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