Cuando se trata de meterse en un barrizal como el ucraniano, lo mejor es dejarse guiar por alguien que haya caminado por el fango. El General de Marines Smedley Butler fue un militar 'yankee' largamente condecorado, autor del libro 'La Guerra es una estafa', uno ... de los mejores análisis sobre los conflictos modernos. En su opinión, los episodios bélicos siempre producen ganancias cuantificables en dólares y pérdidas que se cobran en vidas, beneficios para unos pocos a expensas de muchos. Un dicho de la Inglaterra imperial asegura que «el botín de guerra es una pata de palo o una cadena de oro». El fascista Mussolini, que colaboró en el desgarro fratricida de nuestra España con soldados y macarrones, desconfiaba de la paz como bien perpetuo, considerando la belicosidad como un sello de nobleza patriótica que llevaba la energía humana a su máxima tensión. Cada nueva guerra está cimentada con otra anterior mal resuelta. Estados Unidos no es el país más rico, sino el que más dinero debe, además de ser el dueño de la máquina de hacer billetes. Butler calculó que la Primera Guerra Mundial generó para cada americano una deuda de cuatrocientos dólares de los de hace un siglo, que tuvieron que acabar pagando los nietos de los contendientes. Durante las conflagraciones, los reglamentos que rigen los contratos públicos se diluyen en cantos patrióticos.
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Las emergencias, como las pandemias, son territorio abonado para la impunidad y cada fiscalización puede ser vista como una traición a un bien común, construido a base de perjuicios individuales. No se trata de liquidar enemigos sino de ganar clientes, exponemos la 'Blas de Lezo' ansiosos por recibir encargos de flotas extranjeras que animen nuestros astilleros y de congraciarnos con Estados Unidos para que no nos ponga los cuernos con Marruecos. Si los norteamericanos fueran tan cuidadosos preservando su propia democracia como lo son imponiendo la libertad en el extranjero, el mundo sería más seguro y cada nación evolucionaría a su ritmo sin los acelerones artificiales propiciados por amantes de la libertad de aumentar su propio lucro. Como un milimétrico retorno de lo reprimido, emerge el imperialismo zarista de las cenizas soviéticas, gobernado por un exteniente coronel de la KGB que es elegido presidente obstinadamente una y otra vez por arte de magia. Enfrente tiene un dirigente senil que se acaba de llevar un revolcón en Siria y Afganistán y quiere repetir, a la inversa, la crisis de los misiles cubanos, que ponían las costas de Florida a tiro de Moscú. Un proverbio africano aconseja «hablar suavemente y llevar un gran garrote» para llegar lejos. Esperemos que las grandes potencias no lleguen tan lejos que el garrotazo nos lo llevemos nosotros.
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