![El dios de la biomecánica](https://s3.ppllstatics.com/elcomercio/www/multimedia/202208/29/media/cortadas/biomecanica-k0AD-U1701091219121imE-1248x770@El%20Comercio.jpg)
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Se han cumplido 40 años del estreno de 'Blade Runner'. Es una de esas películas que veo cada cierto tiempo, porque siempre descubres matices nuevos. La última, hace un mes; confirmas lo bien que aguanta la película, incluso sus efectos especiales, y corroboras el descomunal ... trabajo que se hizo con el diseño de interiores. En esa ocasión, me estremecí cuando el replicante Roy Batty (Rutger Hauer) le dice desconsolado a su creador, Tyrell: «He hecho cosas… cuestionables. Aunque ninguna por la que el dios de la biomecánica me vaya a impedir la entrada en el cielo». Luego le asesina en un crescendo de música terrible. También en esta ocasión me di cuenta de que la película hablaba del desamparo y de la soledad, unos replicantes que luchan por tener recuerdos, memoria, que son capaces de amar, que esconden 'polaroids' como un testimonio de que ellos, también, son humanos, y no quieren morir. Todo hermoso. Todo devastador. Asimismo, quedé fascinado por el trabajo gestual de Rutger Hauer, un actor que debería haber tenido una carrera más gloriosa.
La acción se desarrolla en 2019, Los Ángeles, un mundo oscuro, sobrepasado por una catástrofe ambiental. Ráfagas de llamas sobre un Behemoth de ciudad, las oficinas piramidales de la Tyrell Corporation, las naves de propaganda con el ritornelo de la nueva vida que te ofrecen las colonias exteriores («podrá volver a empezar en una tierra dorada llena de oportunidades y aventuras»), un ras de tierra apocalíptico, mezcla de El Cairo y Tokio. Una banda de replicantes se rebela contra su obsolescencia, Roy, Leon, Pris, Zhora, y Rick Deckard (Harrison Ford), un blade runner, tiene que eliminarlos. Actualmente, seguimos lejos de tener replicantes, siquiera algo que se le parezca. No obstante, hay quien predice que tendremos robots que escribirán novelas, que nos cuidarán; en fin, como dijo la rata ciega: «Ya veremos». De cualquier manera, cuarenta años después sigo enganchado a ese mundo sucio y húmedo, hipertecnológico, en el que solo brilla una única llama de esperanza: el amor. Tanto el que sienten entre sí los replicantes (ese beso desolado de Roy al cadáver de Pris), como el que siente Deckard por Rachael.
La estética de 'Blade Runner' contaminó las siguientes décadas de ciencia ficción: 'Terminator', 'Mad Max', 'Brazil', 'Minority Report', 'Desafío Total', 'West World'… Mundos industriales, mucho neón, abatimiento social. De un modo u otro, casi todo el cine de género que se ha hecho después le hace un homenaje. Y la música, no nos olvidemos de la música, que es un tercio del éxito de la película. Vangelis crea una obra maestra con un sintetizador Yamaha al servicio de la melancolía, la ira, la desesperación y el amor de los personajes. Todo el mundo tiene en mente la reflexión final de Roy Batty sobre la fragilidad de la vida y la fugacidad del tiempo («yo he visto cosas que vosotros nos creeríais…»), y creo recordar que, tras la primera toma, algunos miembros del equipo comenzaron a llorar. Sin embargo, la película está llena de epifanías. Como la reflexión de Deckard tras asistir atónito a su propia salvación: «No sé por qué me salvó la vida. Quizás en esos últimos momentos él amó la vida con más intensidad que nunca, no solo su vida, la de cualquiera, mi vida». Amigo lector: ¿salvaría usted la vida de un canalla que ha asesinado a todos sus amigos, incluida la mujer que amaba? Todo son preguntas con respuestas cada vez más empinadas. Los replicantes se hacen los mismos interrogantes que los humanos, pues si ellos duran cuatro años, nosotros, como mucho, cien, y dichos interrogantes brillan ante nosotros como letreros de omnipresente neón: quiénes somos, de dónde venimos, cuánto tiempo nos queda, adónde vamos.
Unicornios de origami. Rayos C que brillan en la oscuridad. Preguntas que se quedan sin respuesta. Actualmente, la IA ha comenzado a razonar en base no a números, sino a palabras, pero aún no es capaz de vincular imaginación, pensamiento abstracto y memoria episódica, que es lo que los científicos creen que es la creatividad. Les falta 'intuición', que es lo que un amigo que trabaja como editor me reveló un día como la diferencia entre los escritores pasables y los grandes escritores. Las máquinas no poseen todavía ese intangible, ese 'je ne sais quoi' que incita a coger una dirección en detrimento de otra. Tal vez se pueda crear una intuición artificial, sería el siguiente paso, y así las máquinas no tendrían que depender absolutamente de las ingentes cantidades de datos con las que debemos alimentarlas para que den con soluciones. Los humanos hemos evolucionado espectacularmente a base de intuición, nos llevó tiempo, pero posiblemente las máquinas solo necesiten lo mismo. Yuval Noah Harari dice que los humanos son esencialmente una colección de algoritmos biológicos moldeados por millones de años de evolución. Esa creatividad sería una mezcla de conciencia de uno mismo, vivencias, capacidad para captar lo esencial de las cosas, pensar simbólicamente sobre ellas, y añadir ese toque final de intuición. Y volvemos a lo mismo: tiempo. ¿Cuál es el plazo que necesitan las máquinas para crear una lógica intuitiva artificial?
En 2017 se rodó una segunda parte de la película, 'Blade Runner 2049', dirigida por Denis Villeneuve y protagonizada por Ryan Gosling. No hubiera pasado nada si no se hubiera hecho, aunque, para mi sorpresa, era una historia interesante. Confirmó mi sensación de que Villeneuve es uno los grandes, no tanto por las buenas pelis que ha hecho ('La llegada', 'Prisoners', 'Enemy', 'Sicario') como por los proyectos que ha salvado de seguros desastres ('Dune', 'Blade Runner 2049'). De cualquier manera, me quedo con la original, con su magia, con la voz en off de Dick Deckard, con la seda musical de Vangelis, con el delirio mesiánico de Eldon Tyrell, con el gesto frágil y desconcertado de Rachael, con la desesperación determinista de Roy Batty, con la perversa inocencia de Pris, con la 'interlingua' de Gaff.
Me quedo con la necesidad de ser amado. Y de amar. El tiempo que nos quede.
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