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No puedo adivinar, lógicamente, si en las horas que median desde que cierro este artículo y EL COMERCIO me honra publicándolo, van a anunciarse, por los reiterados escándalos ferroviarios que afectan a Asturias, ceses o dimisiones en el ahora llamado Ministerio de Transportes. Movilidad y ... Agenda Urbana. De demorarse las purgas o renuncias de alto nivel, tendríamos que bautizar el departamento como de Inamovilidad.
Curiosamente, por ese Ministerio, pasaron a lo largo de los años y con sus distintas denominaciones, numerosos asturianos (Álvaro de Albornoz e Indalecio Prieto en los primeros gobiernos de la República); algunos recordados para bien y otros no tanto.
Pero está claro que, desde hace años, el Principado está en el furgón de cola (y perdón por el símil ferroviario) en las preocupaciones estatales por nuestras infraestructuras, incluso cuando se han presupuestado o ejecutado partidas elevadas, como en la costosísima Variante de Pajares.
Hasta el momento, haber querido calmar la alarma social de esta región y de la vecina del este con el relevo de dos gestores de no sé qué nivel, pero desconocidos fuera de sus ámbitos personal y laboral, es una tomadura de pelo. Renfe y Adif, separadas, como entidades públicas empresariales, desde el 1 de enero de 2005, en ejecución de la derogada Ley del Sector Ferroviario, de 17 de noviembre de 2003, no han aportado nada sensiblemente bueno en casi veinte años para esta región. Es más: creo que cuando Adif se hizo cargo de Feve el 31 de diciembre de 2012, las cosas fueron a peor en nuestra red métrica, tan interesante como carente de competitividad, añadiendo que, de momento y hasta donde sé, las cercanías están exentas del principio de libre competencia en la explotación. De ahí que no sea una frivolidad ni un 'calentón' el reclamar, como ya ha avisado el señor Barbón, su transferencia. Si los informes sirvieran para algo, la Administración regional podría rescatar el que encargó a un amplio número de juristas el Presidente Areces hace más de veinte años, para ver las perspectivas que se abrían tras dos décadas de autonomía. A mí, entre otros aspectos, me tocó éste. Y, naturalmente, el tema es garantizar la financiación inicial para modernizar vías y material rodante. Casi nada, porque sí estoy seguro, por razones de proximidad, que cualquier ejecutivo regional lo haría mejor que los gestores actuales, a los que no niego buena voluntad, pero los resultados ahí están.
Vuelvo a las dimisiones. Irse, por un error de aquellos en quienes confiaste, ratificaste o no vigilaste, no es un deshonor. Al revés, es una muestra de honestidad y desapego al sillón; de querer, en suma, servir y no servirse de la colectividad. Aferrarse, echar la culpa a la fatalidad (en sentido histórico) o al último de la fila, es de una indignidad insufrible. En el lado opuesto, ahora que ya se están confeccionando listas autonómicas y locales, estamos viendo cómo no faltan miembros del Parlamento, regidores locales y otros componentes de gobiernos y oposiciones que, porque creen que ya han aportado suficientemente o porque no ven mejores expectativas para su formación, se echan a un lado. Y no pasa nada. Tampoco hace falta esperar por la apertura de una puerta giratoria. Irse a los quehaceres habituales, aunque alguno retorne a la esfera pública más tarde, no es un estigma, es algo, creo, elogiable; aunque no me excedo en calificativos por si alguien piensa que hablo en primera persona.
Es más: creo que si algún alto cargo, ante el bochorno, el fraude y los retrasos sucesivos, anuncia que deja sus responsabilidades, no sólo se reconocerá el gesto, sino que, pasado muy poco tiempo se convertirá en un modelo a quien citar elogiosamente.
Porque prometer compensaciones, como ahora se pide desde Cantabria y Asturias (más trenes, más inversión, celeridad, gratuidad...), puede estar bien pero, teniendo en cuenta que arreglar el desaguisado va para largo, la ciudadanía del presente, la que votará en mayo y diciembre, se va a quedar con lo que, debiendo haberlo, no hay y no con lo que puede haber dentro de unos años. Insisto: hagamos buena la segunda palabra que bautiza al Ministerio: movilidad.
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