El mundo occidental ha aceptado la democracia como la mejor forma de gobierno y hay muchas razones para justificarlo. Sin embargo, tal punto de vista no puede impedir que aquella pueda incurrir en errores y sufrir desviaciones, pues siempre, quiérase o no, está en manos ... de mujeres y hombres, que podrán no aceptar las numerosas reglas necesarias para disponer de una democracia verdadera. Ya en el siglo XVII, nuestro Saavedra Fajardo, en su 'Idea de un príncipe político cristiano', se adelantó a los tiempos diciendo: «Engáñanse mucho los príncipes que piensan que sus ministros actúan siempre como ministros y no como hombres... No les desnudó el ministerio de la inclinación natural al reposo y a las delicias del amor, de la ira, de la venganza y de otros afectos y pasiones». De aquí que un auténtico demócrata no debe cerrar los ojos ante los posibles vicios que sobrevengan en las democracias, y bien al contrario, deberá, no solo simplemente criticarlos, sino hacer todo lo necesario para corregirlos, pues, de no llevarlo a cabo, surgirán las 'democracias populares', que no tienen de tales más que el nombre.

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El art. 1.1 de nuestra Constitución de 1978 nos advierte de que la palabra 'democrático' contiene una exigencia que alude al origen de la Ley, a la que anteriormente se había referido el Preámbulo constitucional en su párrafo tercero: «Consolidar un Estado de Derecho, que asegure el imperio de la ley, como expresión de la voluntad popular», nota esencial de toda democracia. Y, por supuesto, en el mismo sentido se pronuncia el art. 1.2, que precisa que «la soberanía nacional reside en el pueblo español del que emanan los poderes del Estado». Partiendo pues de aquel principio, el pueblo soberano deberá saber pensar, que es un «ejercicio del pensamiento» (D´Ormesson), y, de manera especial, cuando llegue el momento de depositar su voto en las urnas, para evitar que una ciega y mal entendida ideología le haga ser subjetivo y no tener en cuenta lo que puede ser más favorable para su país y para el interés general, manteniendo una total autonomía de su pensamiento, que le permitirá ser libre, en este orden de cosas, para poder llegar un día a hacer realidad el sueño de Goethe en los últimos días de su vida: «Todo hombre razonable será un socialista moderado, todo hombre razonable será un moderado liberal»«, y con ello alcanzar la cooperación y la coexistencia. Sin duda, que lograr esto, será difícil, pero la democracia en todo caso lo es. Solo la tiranía es fácil.

Los regímenes políticos democráticos podrán incurrir a veces en desviaciones y cambios que les irán erosionando, como sucede, a manera de ejemplo, cuando se tergiversa el concepto de igualdad del art. 14 de la Carta Magna. Este solo nos habla de la 'igualdad ante la ley', y no de una igualdad rasante que se empeñe en hacernos creer que todos somos exactamente iguales, conduciéndonos así a la 'isotimia' democrática, que predica una igualdad de todos para ocupar los más altos puestos de un Gobierno. Los ingleses, que saben algo de democracia, suelen decir, que la absoluta igualdad, una vez alcanzada, dará lugar a un descontento con uno mismo y a hacer todo lo humanamente posible para lograr la desigualdad, algo que Paul Valery expresó de manera tan lacónica, como brillante: «En una sociedad de iguales, el individuo actúa contra la igualdad. En una sociedad de desiguales, la mayor parte trabaja contra la desigualdad».

Una temible polilla roerá el edificio estatal de no respetarse la división de poderes, columna central de la democracia, y que se producirá cuando el poder ejecutivo sienta ansia irreprimible de invadir el terreno de otros poderes, y de manera especial, el judicial, deseo que se hizo realidad en la vieja Unión Soviética. Este desprecio de la división de poderes, dará los primeros pasos para acercarnos al despotismo oriental o a las antiguas monarquías absolutas de otros tiempos.

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Mucho debilitará a la democracia la ocultación al pueblo de la verdad, que equivale, ni más ni menos, que a la realidad, bien de la que sucede día a día, bien de la que se pretende que suceda, dejando a un lado la tan citada, como poco practicada, transparencia, creando así una gran desconfianza en los Gobiernos, por impedir al pueblo soberano que piense sobre bases firmes lo que debe votar, vaciando de esta manera esa soberanía nacional que en él debe residir.

La democracia sufrirá mucho cuando se tenga como bandera de combate en materia de educación el lema utilizado por una figura prominente del Gobierno, a la que oímos decir: «Los hijos no pertenecen a los padres», frase que hizo titilar a muchas familias, que temieron quedaría en nada el art. 27 de la Constitución: «Los poderes públicos garantizan el derecho que asiste a los padres, para que sus hijos reciban la educación religiosa y moral que esté de acuerdo con sus propias convicciones». Algo que se aleja llamativamente del Manifiesto Comunista de 1848: «Nosotros suprimimos las relaciones más íntimas, reemplazando la educación familiar por la educación por la sociedad».

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La debilidad de la democracia se producirá sensiblemente cuando se trate de rebajar el derecho a la propiedad privada, recogido en el art. 33.1 de manera rotunda; o si se trata de poner en entredicho la objeción de conciencia, cuando de la práctica del aborto se trate, pese a existir normas internacionales, nacionales y códigos deontológicos que la admiten como necesaria, apoyándose en una cuestión cien por cien objetiva, como es el reconocimiento científico de que «la vida empieza con la concepción», y que, por lo tanto, «la muerte de una vida humana, no entra dentro de la praxis médica, es decir terapéutica, de su profesión». (Navarro Valls, R.), pues otra cosa equivaldría a aceptar el pensamiento de Marx cuando clamó diciendo «¡No a la libertad de conciencia!».

Igualmente, se puede ir desmoronando la democracia cuando basándose en el pluralismo político (art. 6 CE), y una vez alcanzada la cima del poder por alguno de los partidos existentes, de una forma sigilosa y lenta, haciendo así suyo el dicho castellano 'poco a poco hila la vieja el copo', se fuerza el texto de la Constitución para interpretarla ateniéndose a su ideología.

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Quizá nadie como Thomas Mann, en sus 'Escritos políticos', haya considerado como la nota más importante que debe acompañar a las verdaderas democracias al decir algo que son muchos los que nunca comprenderán: «Tal como yo la entiendo, la democracia jamás carecerá de una cobertura aristocrática, que no debe ser entendida como algo apoyado en el nacimiento, o en la posesión de ciertos privilegios... En una democracia en que no se respete la más elevada vida del espíritu, campará por sus respetos la demagogia y la vida nacional caerá en la manos de los ignorantes y de los incultos».

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