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La política española recuerda mucho al ejercicio circense cuando los artistas se empeñan en hacer su exhibición más difícil todavía. Nuestros políticos lo demuestran habitualmente, pero estos días se están superando en el cierre de la ansiada reforma laboral. Llevamos mucho tiempo dándole vueltas, encadenando ... críticas y reiterando promesas en torno a una de las leyes más polémicas de la democracia. Reformarla se presentaba difícil y hacerlo al gusto de todos, era una utopía. Pero la vida da sorpresas. Y más si vienen de quienes nos gobiernan y legislan.
Pues, ¡oh milagro! Hace unas semanas nos hemos encontrado en los medios con una noticia tan inesperada como deseada: Había acuerdo sobre la ansiada por unos y defendida por otros, reforma laboral. Costaba creerlo, pero parecía cierto: el Gobierno, la patronal (CEOE) y los sindicatos se habían puesto de acuerdo. Hasta Bruselas bendecía desde su observatorio. Enseguida circuló el nuevo texto y surgieron celebraciones, unas por la sensatez de las modificaciones del contenido y otras por haberlo logrado. No existía precedente de esa naturaleza. Pero, ya se sabe, la alegría dura poco en la casa de los pobres y en este caso también en casa de los ricos. Faltaba que el acuerdo fuese refrendado por una mayoría clara del Congreso. ¿Quién iba a oponerse un acuerdo entre Gobierno, patronal y sindicatos? Si las tres partes lo habían consensuado, ¿quiénes eran los demás para enmendarles la plana? La pregunta resultó frustrante: pues sí, hay quienes se empeñan en hacerlo.
En la euforia política ante un éxito de esta naturaleza, algunos partidos enseguida vieron la oportunidad de hacerse notar y, de paso, sacar alguna tajadita con la amenaza de impedir con su voto en contra la mayoría necesaria. Y no deja de ser curioso, que dos de estos partidos, el PNV y ERC, tengan ideas enfrentadas sobre las cuestiones económicas y en este caso coincidan en echar abajo el acuerdo. Es de suponer que al final la Ley se aprobará porque la lógica lo impone, pero antes tendremos que perder algún tiempo viendo cómo se marea la perdiz y, lo peor, cómo algunos de nuestros políticos -gobernantes y de los otros -lejos de responder a la necesidad de recuperarnos pronto de la pandemia, se empeñan en su deporte favorito y su vocación mendicante: propiciar la pérdida de tiempo y, de paso, sacar algún rédito.
No deja de sorprender que los dos partidos nacionalistas que se oponen de manera más activa sean aliados habituales del Gobierno, y principales beneficiarios de las prebendas políticas y económicas que les proporciona su apoyo. Quizás sus líderes y seguidores estén felices, pero la realidad es que en esta ocasión, la sociedad en general nada tiene qué agradecerles.
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