Poco a poco estamos descubriendo que España es cada vez menos diferente. Ahora que viajamos más nos vamos percatando de este fenómeno que un tiempo atrás era para unos motivo de orgullo y, para otros, cierta deshonra. Es verdad que seguimos cenando mas tarde que ... los demás y todavía hay quienes se divierten viendo matar a toros. Pero, por lo demás… Lo que no está claro es si España está en etapa de rebajas de la originalidad o los otros países están promocionando las suyas.

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Algunas veces nos despertamos con noticias sobre catástrofes en rascacielos, con manadas sueltas que abusan sexualmente de cuanto se mueve o que tenemos más independentistas per cápita que la mayoría, tal vez quizás porque aquí se les prodigan más las complacencias y percibimos que en todas partes cuecen habas. En una de estas es que tenemos más capacidad masoquista que otros, como Francia con Córcega, el Reino Unido con el Ulster, Etiopía con Tigray o Rusia con casi todas sus repúblicas caucásicas.

Desde que somos europeos nos hemos vuelto más tolerantes sin dejar de ser originales. Vamos por delante en iniciativas sociales como el cambio de género sin renunciar a considerarnos inferiores en iniciativas de modernidad. Una de las cuestiones que más han evolucionado, tanto que casi no nos identificamos, es en todo lo relacionado con el sexo. La píldora anticonceptiva, tanto tiempo prohibida por la moralidad olvidada, se está resarciendo con tanta velocidad que está vaciando los pueblos.

La tolerancia en este asunto por ejemplo es mayor que la que subsiste en otros países más desarrollados. Volviendo al cambio de sexo de tanta actualidad, existe coincidencia bastante generalizada de que las disposiciones oficiales sobre este problema -necesarias sin duda- son excesivas, rayando en lo irresponsable. Volvemos a ser diferentes, pero por exceso. Estos días, por ejemplo, en las tertulias de terraza se celebra el final -parcial, si, también es cierto- de la mascarilla. Hay muchos que lo aplauden y bastantes que se resisten a precipitarse.

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La cautela que el Gobierno no valoró adecuadamente está siendo echada en falta. La mascarilla evitó muchas muertes. Y ahora su destierro está despertando polémica. Volvemos a ser diferentes. El levantamiento de las limitaciones fue una concesión forzada por los ministros 'podemitas' y se está pagando. Los mayores se salvan por las vacunas, pero los jóvenes vuelven a enfrentar un riesgo grave por su impaciencia en celebrarlo. Las juergas y botellones son en buena medida la causa del aumento del 10% de la incidencia.

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