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Alos venezolanos, que hoy acuden a las urnas, se les abren esperanzas de un cambio político que ponga fin a la cruel y corrupta dictadura de Nicolás Maduro, el heredero del chavismo que había liquidado la democracia tradicional que conservaba desde hacía muchos años. No ... ha sido fácil llegar a este momento. La situación interna, con el país empobrecido y la sociedad dispersa –alrededor de cinco millones tuvieron que abandonar el país en busca de exilio– y la presión internacional consiguieron que el régimen cediera a la celebración de unas elecciones generales que, de discurrir con normalidad y respeto a los resultados, podrían dar un vuelco a la situación.
Por primera vez la oposición concurre unida, con un candidato único, el prestigioso diplomático Edmundo González Urrutia, de setenta y cuatro años, que accedió a asumir el reto tras la persecución e inhabilitación de la líder indiscutible, María Corina Machado, que se venía enfrentando al régimen con fuerte respaldo popular. Las encuestas anticipan una victoria clara de González Urrutia, algúna le pronostica hasta un noventa por ciento. Pero conociendo la situación del país y la actitud del Gobierno, son muchas dudas las que se presentan antes de que se haga el recuento de los votos.
En primer lugar, existen todas las desconfianzas sobre el recuento, realizado por funcionarios del sistema –la presencia de una delegación del Senado español como observadora fue vetada– y en segundo lugar, la gran duda es si Maduro, hipotecado por su entorno militar, entregará el poder. Contarán para retenerlo con el apoyo de Cuba, Nicaragua y otros regímenes sandinistas que disfrutan de las riquezas que Venezuela encierra, empezando por el petróleo, y defenderán que esa relación no flaquee.
Ante este panorama destaca la alerta del histórico líder izquierdista, actual presidente de Brasil, Lula da Silva, que le recordó a Maduro que en una democracia el resultado electoral hay que respetarlo. Los análisis de los que siguen de cerca la situación se alegran del paso adelante que las elecciones significan, pero con un optimismo moderado sobre sus resultados y efectos posteriores. De partida sorprende la tranquilidad militar, a la que se asegura que Maduro ha prometido que, pase lo que pase, él no abandonará el Gobierno.
Mientras tanto, el sistema de represión no ha cesado en toda la campaña con el fin de obstaculizar la visibilidad de la oposición: desde asesinatos a iniciativas como clausurar los hoteles donde los candidatos se proponían alojarse en sus desplazamientos electorales por las provincias, y poner barreras de camiones en las entradas de las ciudades donde se proponían celebrar mítines para que sólo pudiesen acceder andando. La inmensa mayor parte de los residentes en el extranjero, que son muchos millones, enemigos del régimen, no podrán votar.
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