Estamos viviendo unos días cruciales para nuestro futuro inmediato. La formación de un Gobierno siempre es importante, de ella dependen muchas cosas tanto en el ámbito de la convivencia en paz y orden, como en la economía -crucial para tantas cosas en la actividad cotidiana-, ... como para evolucionar en el progreso respetando nuestra identidad e historia junto a la libertad y la democracia que nos igualan en derechos y en obligaciones. Sobre este aspecto, es fundamental la Constitución, que garantiza el respeto a estos principios sin impedir que evolucionen con el correr de los tiempos, siempre, como suele decirse, dentro del orden establecido.

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La proliferación de partidos políticos de una gran diversidad, lejos de facilitar las condiciones necesarias para una investidura, la complican. Conseguir la mayoría en el Congreso de los Diputados es una ardua tarea, en cuyo intento ya ha fracasado el partido que ganó las elecciones y cuenta con la mayoría parlamentaria. Ahora, está forzando al segundo aspirante a una negociación que despierta especial inquietud, tanto por su dificultad como por las dudas que despierta en el empeño el candidato a la Presidencia. Una inquietud que se agrava no sólo por las cuestiones a acordar, como la amnistía de un golpista buscado por la Justicia, sino también por las exigencias en temas tan sensibles como la secesión de su comunidad, que reivindican a cambio de su apoyo. Es evidente que algunas de las condiciones que exigen pueden ser atendidas, como de hecho ocurre con el resto de los partidos dispuestos a negociar, pero en este caso hay cuestiones que resultan imposibles de aceptar dentro de la legalidad plena y la dignidad nacional. Es, sin duda, lo que más preocupa a la opinión pública, que considera que se trata, entre otras cosas, de acceder a la pretensión de desmembrar la irrenunciable unidad nacional.

Contribuye también a los temores y dudas que este proceso de negociación despierta, la imagen del aspirante a la Presidencia, Pedro Sánchez, el líder del PSOE, cuyo empeño por mantenerse en el poder ha deteriorado su imagen a lo largo del mandato que encabezó y ahora termina. En cinco años la propensión de Sánchez de servirse de la mentira como arma política, de contradecirse de un día para otro y de ofrecer la impresión de que no tiene reparos en someterse a un mercadeo deleznable, ha destrozado su prestigio. Pedro Sánchez, que al margen de algunos méritos, padece de falta de empatía y actitudes de prepotencia, incurre además en escasa credibilidad, que él acrecienta con sus frecuentes mentiras y su propensión a actuar de manera opaca y confusa, negando o distorsionado la realidad. Es lo que genera la desconfianza tanto entre la otra parte de las negociaciones como, lo que aún es peor, en la sociedad. En la actividad política seria es imprescindible la transparencia, que en este caso no existe. Sánchez incluso investido de presidente no es el dueño de España y para cumplir su obligación debería compartir con el resto de españoles toda la información que les afecta y a la que tienen derecho.

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