La 'tractorada', como se ha bautizado la protesta de los agricultores que bloquea las carreteras, arrastra muchas y variadas razones que justifican la reivindicación del sector social más olvidado por la política y los gobiernos en toda Europa. Detrás de la sorpresa que se ha ... producido con este estallido de unidad de tantos trabajadores hay muchas razones, empezando por la tradición que nos tiene acostumbrados a ir al supermercado, llenar la cesta y salir quejándonos de la subida del precio de las patatas o los tomates.

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Nadie parece entender el esfuerzo que cuesta producir todos estos elementos básicos en la alimentación y los riesgos a los que está expuesto el resultado del trabajo y la inversión: unas veces las heladas que destrozan las cosechas, otras la sequía que las descarta y, últimamente, la competencia mal planificada dentro de la UE, desde donde lo mismo se impone derribar olivos que arruinar las posibilidades de subsistencia de ganaderos muy modestos, como los de Asturias, con importaciones de leche más barata que les obliga a cerrar sus establos.

Entre las múltiples razones, ahora a la agricultura le han surgido problemas graves, quién lo diría, por las medidas necesarias, pero mal planificadas, de protección del medio ambiente. Es evidente que son imprescindibles si queremos dejar a nuestros descendientes un planeta habitable. Lo que no puede admitirse es que algo tan delicado, algo que afecta a nuestras vidas cotidianas, se emprenda a la ligera, a menudo en función de los impulsos del fanatismo ambiental, sin reflexionar en sus consecuencias inmediatas.

Estas elucubraciones me han devuelto a la polémica aún latente que despertó unos años atrás la protección del lobo, un animal salvaje que bajo ningún concepto debe ser extinguido, pero tampoco sometido a una protección superior a la que gozan las propias ovejas, a las que ataca y mata de manera implacable. Muchos pastores asturianos han ido a la ruina por culpa de la prohibición de defenderse contra el lobo. Las administraciones se desentienden alegando que se compensa a los propietarios de los rebaños pagándoles el precio de los animales muertos. No es una solución. Para quien tiene su actividad explotando una ganadería, la pérdida de algunos animales, ovejas, cabras o vacas, implica automáticamente la destrucción de su medio de trabajo. Es muy difícil reconstruir un rebaño.

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Y eso mismo ocurre con otras medidas mal calculadas. Una, extensible a todos los países de la Unión, son las restricciones de los pesticidas necesarios para preservar las cosechas. Es evidente que el abuso causa daños ecológicos, pero la supresión radical ocasiona problemas nada menos que a la cadena de la alimentación humana. Se trata de una de las reivindicaciones de los agricultores que participan en las tractoradas -en su mayor parte muy modestos, autónomos y no grandes empresarios-. La Comisión Europea en este aspecto enseguida se mostró sensible y, venciendo resistencias de los radicales del ecologismo, tan meritorias otras veces, accedió a reducir la prohibición a la mitad. Es una prueba de que reivindicar con razones es necesario y los agricultores así lo han entendido.

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