Hace algunos días leí en EL COMERCIO que el año pasado en Asturias el número de defunciones había sido superior al de nacimiento de niños. No me resultó sorprendente, ya sabía que en El Principado los índices de natalidad eran muy bajos. Pero también hay ... que añadir que no es un fenómeno aislado, mejor dicho, un problema excepcional.
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El descenso de la natalidad es una realidad especialmente en los países desarrollados. La incorporación de la mujer a la actividad laboral y todavía los restos de la tradición, que la convertían en la responsable doméstica de la crianza de los bebés, sin duda continua siendo la propensión de las parejas a tener como máximo uno o dos niños y excepcionalmente tres. Esto incluso limita aún más las oportunidades de las mujeres de encontrar empleos.
La necesidad de que esta situación se resuelva y los hombres asuman compartir esa obligación avanza lentamente. Estos días lo destacaba la prensa norteamericana. Cada vez son más los profesionales que se jubilan en una proporción más elevada que la incorporación de nuevas generaciones de profesionales. La llamada generación del 'baby boom', comprendida entre los años 1946 y 1964, está pasando al retiro que impone la edad.
Y eso preocupa a los expertos en prospectiva. Quizás esté contribuyendo también en la crisis de profesionales con experiencia la elevación de mortalidad que causó la pandemia, pero esta reducción de generaciones de nuevos profesionales con experiencia se vislumbra más acuciante pensando en el futuro. En algunos países, tanto asiáticos como africanos o latinoamericanos, ocurre lo contrario. La natalidad continúa siendo elevada sin que la oportunidad laboral crezca al mismo ritmo.
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Las migraciones se vuelven tan inevitables como necesarias. Pero el gran problema que crea la desorganización con que se están produciendo, exige que los países desarrollados se esfuercen por incrementar el desarrollo en esos continentes, para que la presión migratoria de trabajadores sin preparación profesional responda a las necesidades de los países industrializados. Así, la situación se vuelve contradictoria.
Mientras, los países que pueden y deben atender al desarrollo de los subdesarrollados, les roban a los profesionales y limitan la necesidad de formar a los que podrán contribuir de manera especial a su crecimiento industrial, tecnológico y económico. Se trata sin duda de un dilema mundial por el que nadie que tenga capacidad para afrontarlo se preocupa de buscar soluciones, pensando en un futuro en el que se establezca el equilibrio que reduzca las diferencias abismales que ahora crean graves injusticias, suscitan tensiones y constituyen un motivo permanente de alteraciones de la paz.
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