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E stamos en vísperas de elecciones, los partidos y los políticos se esfuerzan en despertar el interés de los votantes, pero la gran masa de ciudadanos empieza a estar más preocupada por la sequía, que cada día soleado que amanece crea y anticipa más y ... nuevos problemas. Son problemas que se extienden por toda Europa, pero de momento España es el país más afectado. Estos días atrás un experto francés pronosticaba que el cambio climático convertiría a España en una prolongación del desierto.
Desde que se conservan datos estadísticos de estos fenómenos de la naturaleza, la memoria histórica recuerda que la última gran sequía de esta naturaleza se remonta a 1970, hace más de medio siglo. Lo peor es que para paliarla tampoco ahora se pueden adoptar algunas medidas y las que se ofrecen son escasas y, en muchos casos, contrarias a sus propios efectos. Unos meses atrás vivíamos pendientes de la escasez de petróleo; ahora enfrentamos la falta de agua de uso doméstico y para generar energía.
Los embalses están por debajo de su capacidad y, en casos como el de Extremadura, Iberdrola está teniendo que vacíar algunos pantanos para mantener la producción eléctrica, que tan indispensable se ha vuelto tanto en los hogares como en la industria. Andalucía y Cataluña son las dos comunidades más agobiadas. Aunque, en realidad, en la mayor parte del territorio nacional el agobiado es el sector de la agricultura, lo cual significa que decaiga la producción. La previsión es una carencia de productos frescos de consumo, además de su encarecimiento.
En Andalucía, por no hablar ya del conflicto con los regadíos que amenazan ese tesoro natural que es Doñana -en el que ya ha tenido que intervenir la Comisión Europea-, en muchos pueblos la escasez de agua se está volviendo angustiosa. En Córdoba las restricciones impuestas en algunos pueblos limitan las disponibilidades para el consumo diario de cinco litros. Claro que el optimismo andaluz no decae. Los municipios de la zona reclaman que se abran temporalmente los embalses para que los rocieros puedan cumplir la tradición de cruzar el río Guardamar por la corriente, que se ha secado.
En Barcelona, donde las reservas y previsiones son limitadas, la Generalitat y el Ayuntamiento están elaborando un protocolo para regular el consumo. Las ayudas que reivindican los propietarios de regadíos y otras ciudades tropiezan con la imposibilidad de que la política y la tecnología más avanzada puedan proporcionar soluciones paliativas. Mientras, en algunas localidades se está recurriendo a la tradición de solicitar de los obispados autorización para organizar rogativas. En algunos pueblos se están celebrando, con la esperanza de que sea el cielo - y ahí se incluyen las nubes - quien propicie la lluvia que tanto se hace esperar.
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