La guerra de Gaza, que está costando víctimas diarias, sólo ofrece una perspectiva de final a medio plazo que es la creación de un Estado palestino. Muchos países, no sólo España, comparten esta solución, que no es nueva, pero tropieza con la lógica condición de ... que garantice la paz. Una meta que es casi imposible mientras los extremistas palestinos sigan negando la realidad de Israel y su intención sea liberar todo su territorio y, como se repite a menudo, «enviar a todos los judíos al mar».
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Por eso la situación, agravada por la nula capacidad negociadora de Benjamín Netanyahu, el primer ministro israelí, y la obstinación de las organizaciones terroristas palestinas –que dicho sea de paso, no gozan del apoyo pleno del pueblo– se vuelve poco menos que imposible. Para conseguir una solución habrá que empezar por poner fin a la guerra y que las organizaciones internacionales, desde la ONU hasta la Unión Europea, la Liga Árabe y las grandes potencias, se vuelquen en el empeño de negociar.
El pragmatismo político y diplomático no justifica la precipitación de Sánchez por liderar una iniciativa de unas dimensiones que le sobrepasan y apenas le afectan. Muchos expertos se preguntan las razones de su empeño y las respuestas populares se centran más en la política nacional y en la ambición de Sánchez de mejorar su imagen internacional, para distraer del respaldo que está perdiendo entre sus votantes. Estados Unidos, que sigue sin olvidarse del desplante de Zapatero a su bandera, le ha hecho una advertencia clara: con el primer país que hay que contar para la creación de un Estado palestino es con Israel. Es decir, con el que Sánchez no cesa de poner distancias.
Y, por supuesto, de Washington además de los vecinos árabes, algunos de los cuales ya mantienen relaciones con Israel y apoyan al nuevo Estado. El interés de Sánchez quizás responda al de sus cinco socios independentistas. En cualquier caso, no deja de reflejar las contradicciones que le caracterizan, desde venderle armas a Israel y comprarle Pegasus. España lleva años sin reconocer al Estado de Kosovo y le acaba de regalar a Marruecos la soberanía del Sahara, sin contar con la UE ni con los propios saharauis, a pesar de que su Estado en el exilio ya cuenta con el reconocimiento de decenas de países.
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Tampoco cabe añadir que Sánchez aproveche para viajar el tiempo que le sobra en casa abordando la corrupción, ni mucho menos para exhibir por el mundo su capacidad negociadora. Lleva cinco años gobernando y no ha conseguido consensuar algo tan crucial como el Consejo General del Poder Judicial.
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