Tener algún miembro en la familia ocupando un cargo importante suele ser un motivo de orgullo para padres, hijos, nietos o sobrinos. En muchos casos esa sensación de éxito compartido con la sangre no pasa de ahí. Pero en algunos, esta relación se convierte en ... un problema, origen de sospechas, escándalos y, a menudo, conflictos. Estos días estamos asistiendo a dos que, sin pasar de sospechas pendientes de que la Justicia las aclare, están enturbiando más si cabe la política nacional, en una lucha que enseguida se olvida de que somos inocentes hasta que se demuestre lo contrario
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Uno esos casos tiene como protagonista a Begoña Gómez, esposa del presidente del Gobierno, acusada de tráfico de influencias en su trabajo y el otro, igualmente sin probar, es el de Isabel Díaz Ayuso, presidenta de la Comunidad de Madrid, a quien se implica en irregulares actividades comerciales pasadas de su compañero sentimental. Los dos partidos que están detrás de ambas sospechas, lejos de esperar a que los jueces se pronuncien, si hay razones, ya se han apresurado a estimular ambos escándalos sobre la vieja autodefensa del 'y tú más'.
Ser cercano a una persona que puede resultar beneficiosa para cualquier actividad que pueda despertar envidias, competencia negativa o privilegios en unas oposiciones o contratación laboral, se convierte en un privilegio si ello se consigue gracias a influencias. Pero también en un lastre para una buena imagen profesional o laboral. De partida, es probable que quedará bajo suspicacia, observado e incluso vigilado, a veces con razón y cuando se trata de un atentado contra la igualdad.
Claro que este riesgo con los familiares también se presenta al contrario. Ser familiar de un alto cargo, lo mismo cónyuge que hijo o hermano de una persona con poder, y no sólo en el ámbito de la administración pública, se convierte en un obstáculo para acceder a puestos, ascensos o, simplemente, para conseguir un empleo. Las sospechas que algo tan elemental pueden despertar se convierten igualmente en un obstáculo para progresar e, incluso, trabajar sin despertar suspicacias.
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Es triste, por injusto, que personas valiosas tengan dificultades en su actividad profesional por sus parentescos o incluso amistades. Resulta evidente que se trata de problemas difíciles de afrontar y resolver. Tan injusto puede ser que una persona con poder recurra a la eficacia y confianza que le inspire un hermano, por citar un ejemplo, para encargarle unas funciones delicadas, como privarle del derecho a ocupar un puesto por simples razones de privilegios familiares. La realidad sin solución es que el poder, que tanta ambición despierta en la vida, lo mismo puede convertirse en motivo de injusticia social que de discordia familiar.
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