La meteorología, o lo que es lo mismo el tiempo que tendremos en los próximos días, se ha convertido en la noticia más esperada en todos los medios de comunicación, especialmente en la televisión. Los presentadores que nos anticipan si va a llover y qué ... frío nos espera gozan de creciente popularidad. Y es que el tiempo es algo que nos afecta de forma muy directa a todos, lo mismo si tenemos que viajar a la playa o a esquiar a la montaña, por no tener en cuenta cómo va a influir en nuestra seguridad o en la suerte de las cosechas.
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Aunque lo parezca, no es nada nuevo, no hay ninguna excepción entre unos países más o menos desarrollados tecnológicamente donde se espera por anticipado cómo se van a comportar las nubes que asoman por el horizonte. Cuando yo era niño e iba en bicicleta al Instituto, recuerdo a un hombrecillo, bajito y callado –creo, aunque no estoy seguro, conocido como Mones, su apellido– que trabajaba como caminero, arreglando las cunetas de las malas carreteras de la época y cuidando que con las frecuentes lluvias asturianas no se convirtiesen en una selva.
Pero también ejercía de meteorólogo amateur. Controlaba las horas de sol y la evolución de los nubarrones, lo cual le proporcionaba cierta credibilidad e incluso popularidad. Cuando le preguntaban qué tiempo haría por la tarde, y es un ejemplo, se detenía en su trabajo miraba a derecha e izquierda y, después de sacar las conclusiones, anticipaba su diagnóstico. Alagunas veces no lo tenía claro y moviendo la cabeza, auguraba: «Está para todo». Fue una respuesta que sentó cátedra en la comarca. Lo recordé muchas veces, ya siendo periodista, y observando el interés que mostraban los telespectadores cuando aparecía Mariano Medina, con su mapa y sus explicaciones sobre las isobaras, que nadie sabía lo que eran. Pero sus explicaciones resultaban obvias. Las explicaciones que argumentaba carecían de valor, la realidad es que su semblante, mostrando el rostro más o menos expresivo, ya dejaba claro el pronóstico si llovería o comenzaría a helar.
De hecho, descubrí la credibilidad que despiertan los meteorólogos y la popularidad que adquieren en Nueva York, cuando pronosticaban que a las cuatro y veinte de la tarde comenzaría a llover y el pronóstico se cumplía con asombrosa precisión horaria. Allí, asistiendo un día al trabajo en el departamento de la CBS, observé los adelantos tecnológicos que permitían avanzar los pronósticos. Son los que ya ofrecen los encargados del tiempo que vemos, escuchamos y leemos a diario. La capacidad de comunicación de los presentadores cuenta, claro, aunque los argumentos científicos que les guían son impecables.
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La audiencia que consiguen es la más esperada y creíble. El problema es que España tiene muchas regiones geográficas diferentes y que los pronósticos coincidan lo mismo se trate de Galicia, Aragón o Andalucía hace inevitable que con frecuencia sea diferente y genere confusión y dudas. La realidad es que en cada lugar y en cada momento, el tiempo que podemos conocer, pero no domesticar, sigue estando para todo.
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