La invasión de restos de los pélets en el Cantábrico ha generado la polémica de esta temporada de comienzo de año. Es un problema, por supuesto, y un mal para la pesca, para los pescadores y los consumidores, además de un peligro para el ... medio ambiente y un deterioro, esperemos que temporal, para las playas.

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El misterio inicial que creo su llegada a las costas ha quedado despejado: un accidente de navegación sufrido por una embarcación mercante portuguesa, que originó la caída al mar de varios contenedores, cuyos pallets ya se encargó el oleaje de desparramar. El Gobierno portugués informó puntualmente del incidente al español el tres diciembre pasado. Hasta ahí nada cabe objetar, sólo lamentar. Ocurre, pero en esta ocasión con la agravante de la proximidad de la costa.

Ante una catástrofe de esta naturaleza se entiende que lo más apremiante es actuar con la máxima rapidez posible, para anticiparse a paliar los daños que pudieran ocasionarse. Pero los responsables españoles o no se percataron del peligro, o les cogió entretenidos en el disfrute de los puentes y Navidades porque lo cierto es que no adoptaron medidas.

Y cuando comenzaron a llegar los pélets a las costas de Galicia, Asturias, Cantabria y Euskadi, lejos de poner mano a la difícil tarea de recogerlos, se entrometió la política, animada para colmo por la inminente campaña de las elecciones gallegas, y lejos de propiciar la unidad para ejercer con mayor eficacia las labores de limpieza, los responsables se implicaron en la pelea disuasoria habitual.

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Asturias y Cantabria declararon el estado de alerta y reclamaron las ayudas del Estado, que cuenta con mejores resortes para afrontar situaciones de esta naturaleza, pero Galicia, que es la comunidad más afectada, tardó varios días, bajo la duda o el temor de que una ayuda del Gobierno y los partidos que lo sustentan pudiera influir en la campaña electoral.

Los daños materiales, pensando por ejemplo en el turismo, saltan a la vista. Urge retirar los restos acumulados y limpiar la arena de las playas, aunque es evidente que muchos de ellos quedarán sepultados y seguirán emergiendo durante algún tiempo. Entre tanto, lo más preocupante es la influencia que pueda estar teniendo en la salud de las personas. Los pescados y mariscos de la zona están bajo sospecha.

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Las primeras conclusiones de los científicos son tranquilizadoras, pero los temores de algunos consumidores no serán despejados hasta que la limpieza concluya y empiece a olvidarse. Es una tarea primordial que si de algo puede prescindir para su éxito, es de que los políticos se empeñen en fomentar sus enfrentamientos en torno a algo tan indiscutible como es atender la prioridad de la limpieza, nunca capitalizarla. Las olas no votan.

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