Pedro Sánchez no parece un político preocupado por lo que dirá de él la historia. De momento, se limita a ignorar o despreciar la opinión que despierta su apego al poder entre la opinión pública. La impresión que genera es la de un engreído en ... su convicción de ser insustituible, como si entre los cuarenta y siete millones de españoles ningún otro pudiera desempeñar el cargo con más acierto. Ha terminado la Legislatura con más críticas que elogios, perdió las votaciones para su reelección sin reconocerlo y ante la posibilidad de su investidura, lejos de reconocer errores se empeña en despreciar los resultados y las opiniones, sometiendo su ambición al mercadeo de apoyos que no responden a sus supuestas ideas democráticas y socialistas, siempre respetuosas con la Constitución y la independencia de la Justicia.

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Escuché en una emisora de radio una broma comparando su estrategia con la del presidente de Guinea Ecuatorial, Teodoro Obiang, que controlando las elecciones y aprovechando la gran suerte de manejar muchos millones de ingresos, gracias al petróleo, lleva 43 años ininterrumpidos en el poder, sin escuchar a sus ciudadanos, sumidos en la pobreza y temerosos de la represión. Pero con el pésimo honor antidemocrático que le ha convertido en el mayor dictador entre todos los gobernantes del mundo.

Es un ejemplo inverosímil, eso en España no es imaginable, y menos después de 40 años de dictadura. Pero también cabe añadir que no es normal que un candidato ya deteriorado por su pasado polémico, lejos de procurar no repetir errores se empeñe en recuperarlos y multiplicarlos. El reto de flexibilizar la Constitución para amnistiar a un prófugo de la Justicia, que perpetró un golpe de Estado y, lejos de enmendarse, insiste en conseguir la secesión de una parte del territorio nacional, no tiene ninguna posibilidad de que sea entendido ni justificado por la mayoría de los ciudadanos, cuya dignidad nacional se ve agredida.

Sánchez, en la Legislatura que acaba, deja al país dividido -uno de los problemas que todo gobernante debe intentar evitar siempre-, está propiciando un enfrentamiento que puede degenerar en odio político e incluso deja solo a su partido, el PSOE, el más que centenario partido histórico con la mejor imagen, al que ha neutralizado con sus pretensiones. Algunos exdirigentes prestigiosos no ocultan su rechazo, algunos han abandonado su militancia, pero eso no parece preocuparle. Lejos de dejar una herencia mejorable, lo que pretende es muy elocuente: empeorarla con decisiones que no sólo afectan al presente, sino que hipotecan el porvenir.

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A veces se escucha en las conversaciones fuera de cámaras y micrófonos la frase 'hay que hacer algo'. ¿Qué?, cabe preguntar. Pues sólo se me ocurre tirar de la libertad que por fortuna existe y denunciarlo, para que tanto Sánchez como la sociedad lo sepan y lo tengan en cuenta.

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