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La guerra de Gaza cumple su primer aniversario sin perspectivas claras sobre su final tras la muerte de Yahía Sinwar, promotor de la matanza que desencadenó la guerra. Sabemos cómo empezó, cuando los terroristas de Hamás saltaron las fronteras e hicieron una incursión por Israel, ... donde dejaron una estela de muerte y recrudecimiento del odio acumulado desde hace décadas. Los motivos siempre han estado vivos y claros: los judíos, que sufren una larga historia de persecuciones, defendían la única posibilidad que se les brindaba de tener un Estado propio, mientras los palestinos soñaban con frustrar esas pretensiones, avaladas por la ONU y con el reconocimiento de numerosos países. Un reparto del territorio que nunca llegó a superar la creación de unas fronteras polémicas, que se limitaban a crear una Autoridad Palestina que aún no tiene el estatus de Estado independiente. En este tiempo se disputaron varias guerras, en las que, en su mayor parte, Israel fue imponiéndose contra los países árabes y, tras años enfrentados, la diplomacia internacional fue estableciendo relaciones y abriendo puentes. Primero con Egipto y Jordania, recientemente con Marruecos y los Emiratos Árabes.
La corriente de normalización de las relaciones se frustró con el actual conflicto armado de Gaza, donde las milicias de Hamás, que Israel intenta liquidar, gozan del apoyo económico y armado de Irán, en un enfrentamiento con raíces religiosas: el grueso de los países árabes, sunitas, discrepan de la variante musulmana que controla el fanatismo chiita, donde el poder –con costumbres anacrónicas– lo tienen los ayatolás, siempre en la búsqueda de resortes para combatir a los sunitas con guerras como la olvidada de Irak, la actual del Yemen y, por supuesto, contra Israel, primero en Gaza, y ahora en el Líbano. Una prueba de la rivalidad islámica es que en esta ocasión ningún otro país árabe acudió a ayudar a los palestinos.
En el Líbano, Hezbolá, con medios y excelentes recursos iraníes, intentó derrotar a Israel, algo difícil, como se está viendo. La esperanza iraní es conseguir la bomba atómica, algo que los servicios de inteligencia israelís están frustrando. La guerra está abierta: Irán quiere liquidar a Israel e Israel está aprovechando la oportunidad que se le ha abierto de librarse de las dos organizaciones chiitas con las que está enfrentado. La gran duda es si Netanyahu, con superioridad militar y de información –además del apoyo incondicional de los Estados Unidos–, conseguirá desarticular a Hezbolá para largo y liquidar a Hamás, después de localizar casa por casa de la Franja a sus miembros, como ha ocurrido con varios de sus jefes, el último esta misma semana, su cabeza, Sinwar.
El temor de los expertos es que Irán opte por movilizar a su poderoso ejército, la Guardia Republicana, con más de un millón de efectivos, y se lance a un enfrentamiento abierto con Israel, algo que los analistas militares ven poco probable a corto plazo, pero sí probable y dramático. El odio, que no se rinde, es la clave de la guerra que tanto tememos.
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