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Muchos españoles, yo diría que una inmensa mayoría, disfrutaron estos últimos días la alegría proporcionada por el éxito de la selección nacional de fútbol. Estamos atravesando una etapa dura, con problemas graves y preocupaciones de diferente índole. No ha venido mal, por lo tanto, un ... respiro de euforia como el que todavía estamos viviendo bajo el orgullo de ser campeones de Europa. Los momentos amargos son frecuentes e inevitables y creo que todos vivimos deseando que haya algún motivo para superarlos y compensarlos con otros agradables.
También es evidente que todos tenemos derecho a que algún hecho en nuestro entorno nos cause alegría –lo mismo que otros producen depresión–, pero en situaciones como esta, que no puede por menos que alegrarnos, choca que haya algunos desaprensivos que sufren y se indignen simplemente porque los demás disfrutemos las buenas noticias sin discriminación de todos. Lo siento por ellos, no puedo ocultarlo, aunque algunas reacciones públicas de desprecio y agresión hacia los que celebraban la victoria deportiva frente a los ingleses, como hemos conocido, son intolerables.
La envidia que enciende el odio se ha expresado, bien es verdad que en casos aislados –de los que no se han librado incluso algunos jugadores– e incluye hasta agresiones verbales y físicas de enojados por el triunfo, contra quienes sanamente lo estaban disfrutando. Ya sabemos que en la vida hay gente para todo y personas incapaces de respetar los derechos ajenos, dando rienda suelta al odio verbal y físico que tantos males acarrea a cualquier sociedad civilizada cuya ilusión es convivir en paz.
Del mismo modo que nadie tiene la obligación de compartir sentimientos, ¡qué pena!, hay que ser capaz de respetar los ajenos, como parte del derecho de celebrarlos y, llegado el caso, también sufrir los sinsabores de los otros. El triunfo del fútbol español, compartido por ciudadanos sin discriminación alguna en toda la geografía nacional, es un acontecimiento que contribuye a unirnos en la alegría, y es lógico que quienes lo disfrutan lo celebren, lo mismo en la calle que en la propia política.
Quienes quieran verlo con ánimo positivo; con un ánimo que destierre el enfrentamiento y contribuya a poner fin a la división siempre negativa a la que somos tan proclives.
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