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Muchos lo niegan, pero todo anticipa que las Navidades que nos esperan no serán como solían. Todo el mundo ha plantado ya su árbol de plástico con lucecitas en el salón y el turrón será lo último que faltará en los hogares más pobres. La ... Navidad, ya se sabe, es una fiesta maravillosa para unos y triste y penosa para otros. Y eso mismo parece que va a ocurrir dentro de unos días en la Nochebuena en diversos lugares de España y del extranjero, tanto da. La inflación y el cambio climático alimentan los caprichos y no descuidan las sorpresas. De momento el pavo y los langostinos no faltan, pero el agua... Bueno, quedan la sidra y el cava, que nadie se alarme.
Lo de Navidades blancas, que suena a villancicos, está evolucionando a Navidades soleadas. En Madrid, donde escribo, hace meses que no llueve. O mucho cambian las cosas de aquí al día 31, o el 2023 que vamos a despedir pasará a la historia de las adversidades como el más cicatero, negándoles libertad a las nubes para vaciarse. Si es que el agua todavía no escasea para beber, en algunos lugares sí para ducharse y fertilizar las tierras. La sequía trae a mal traer lo mismo a los agricultores que a alcaldes y, por supuesto, a las amas de casa.
En algunos países de África, además de ver morirse enflaquecidas y extenuadas a las vacas, las mujeres tienen que caminar muchos kilómetros para encontrar una fuente, hacer una larga cola, llenar dos cántaros, subirse uno a la cabeza y volver a casa con otro en la mano, y siempre con mucho cuidado de no tropezar con un pedrusco y caerse. Aquí en España las distancias son más cortes y el dinero más abundante para paliar el problema. En casa siempre queda el recurso del agua mineral, que es uno de los artículos comerciales habitualmente más prescindibles, pero más alternativos.
Hay muchos pueblos y hasta ciudades de la península donde los ayuntamientos están teniendo que regular el suministro, lo que equivale a cortarlo varias horas al día. Esto, que se contempla como temporal, está contribuyendo a mejorar la costumbre de madrugar y renunciar a dormir la mañana. Quien no madrugue se encontrará el grifo del baño haciendo ruidos sordos mientras derrama las últimas gotas. Donde todo es más complicado es en Barcelona, la segunda ciudad de España: las reservas de los embalses no llegan para abastecer tantas necesidades industriales y personales.
La alternativa que se contempla es cara, complicada y hasta políticamente polémica. Consiste en llevarla en barcos cisterna desde lugares donde haya existencias. Hay algunas comunidades que ya se han puesto en guardia ante el temor de tener que repartir el agua. Como todavía no existe experiencia al respecto, no se vislumbra una solución. Al final tendrá que imponerse la solidaridad y dejar de lamentarnos cuando llueva mucho. No hay que olvidar que la sed es lo primero, y de eso puedo dar testimonio personal, al sufrirla una semana sin beber nada y, para colmo, añorando el orbayu.
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