Es triste el espectáculo internacional que estos días están ofreciendo el presidente de la República Argentina y el presidente del Gobierno de España. Desde luego, no voy a especular, como tantos están haciendo, sobre de quién es la culpa o siquiera la mayor responsabilidad, porque ... creo que los dos la reparten, en una imagen conjunta de falta al respeto que debe existir en las relaciones entre los países, al margen de las personales, al tiempo que en el tratamiento ofrecen una verdadera lección de antiddiplomacia.

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Todo empezó durante las elecciones en Argentina, cuando Pedro Sánchez, después de apoyar al derrotado candidato peronista en su campaña contra Javier Milei, rompió la tradición de felicitar elegantemente al vencedor, lo que también fue interpretado como un desaire, o que, sin seguir la costumbre, no enviase a un ministro acompañando al Rey a la toma de posesión. Felipe VI viajó a Buenos Aires acompañado por un secretario de Estado. Bien es verdad que Milei ofrecía en sus formas una actitud más bien esperpéntica.

Pero eso no era una cuestión que afectase a España y era el presidente que democráticamente habían elegido los argentinos. Aquella manifestación de indiferencia se agravó unas semanas atrás, cuando el ministro de Transportes, Oscar Puente, que ejerce de 'portabroncas' del Gabinete cada vez que abre la boca ante la prensa, acusó al nuevo mandatario porteño de drogadicto, algo que debió afectarle como una difamación o una ofensa. Pero eso no inhibió a Milei de venir a España a compartir un acto público organizado por el partido ultraderechista Vox. En Madrid actuó como si se tratase de una campaña electoral en Buenos Aires.

Una intromisión sin duda muy poco elegante y nada conciliadora. Pero aquello aún se agravó más cuando le llegó el turno de palabra, y aprovechó para atacar el hecho de que el Gobierno fuese socialista y, sobre todo, cuando se lanzó contra el presidente Pedro Sánchez y el que su mujer, Begoña Gómez, apareciese implicada en una acusación de tráfico de influencias que no está probada. Y, en cualquier caso, si alguien tiene algo que decir, al margen de la utilización política que haga la oposición, serían los jueces. Albares anunció que la retirada de la embajadora era permanente, no una decisión de carácter simbólico y temporal, lo cual agravó las hostilidades.

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Desde entonces se han multiplicado las acusaciones y críticas por las malas relaciones personales entre los dos mandatarios y estas actitudes improcedentes han llevado a una situación muy grave. Argentina es uno de los principales clientes comerciales de España, y muchos de los doscientos empresarios españoles que tienen allí inversiones están preocupados. Tampoco hay que olvidar que en Argentina viven medio millón de españoles y en España también millares de argentinos, que mantienen negocios variados y crean empleo. La diplomacia de ambos países tiene la obligación urgente de demostrar cuál es su primer objetivo, es decir, restaurar la normalidad frente a situaciones semejantes.

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