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Leyendo estos días el resultado de las negociaciones entre los presidentes de las comunidades autónomas para encontrar una forma de reparto por todo el territorio ... nacional de los más de tres mil niños (menas) que, por las penurias derivadas de la emigración, viven en Canarias en una situación dramática que la solidaridad de las islas está asumiendo en solitario desde hace años, el rubor y la vergüenza embarga la sensibilidad de la mayor parte de los ciudadanos.
El problema de la emigración ilegal afecta a numerosos países de los cinco continentes y, por más que se intenta, no se le encuentra solución, esa es una realidad penosa. Todos los intentos de encarrilarla de manera legal y segura han fracasado, y no sólo en España, un país muy expuesto como consecuencia de su situación geográfica: una península rodeada por mares que son el cauce a través del que los africanos que quieren huir de la pobreza de sus países arriesgan sus vidas – y muchos la pierden– en busca de un futuro mejor.
Numerosos padres han dejado en el intento a sus hijos en el desamparo o han tenido que abandonarlos, y Canarias asumió la mayor parte de su difícil acogida. Fue admirable, hay que reconocerlo, la solidaridad que los canarios han venido mostrando como ejemplo de sensibilidad humana, afrontando una situación que el tiempo ha hecho insostenible. El Gobierno, consciente del problema, se planteó con demasiado retraso que la única solución es reubicarlos, que las autonomías compartan la solución y demuestren su disposición a reconocer el valor de la unidad.
A pesar de las dificultades que tendrán al asumir la cuota, conscientes de la responsabilidad humanitaria que implica, fue asumida la propuesta, aunque con alguna excepción dolorosa y repulsiva ante la que reaccionaron sólo dos partidos, Vox y Junts, ambos enfrentados políticamente y sin embargo unidos por sus ideas de corte fascistoide. Tanto Junts, con Puigdemont al frente, como los de Abascal reaccionaron de forma vergonzosa: Vox no solo se opuso frontalmente a la solución, sino que amenazó con romper los pactos que mantenía en seis comunidades gobernadas por el Partido Popular, llevando a cabo finalmente su amenaza.
Como quiera que se contemple semejante reacción, igual que la de los ultra racistas catalanes, tan propia en el recuerdo de las tácticas nazis de eliminar a los seres humanos de otra raza, resulta más lamentable, y humanamente más deprimente. Puede entenderse que exijan medidas para frenar la inmigración ilegal –a pesar de que sabemos que no se conoce una forma de conseguirlo entre tantas como se han ensayado–, pero de ahí a defender que millares de niños sean abandonados en las calles, hay un abismo.
Cuesta entender que personas normales, se supone con sentimientos humanitarios y en el caso de Vox defensores de la unidad nacional, que incluye la consideración de Canarias como una comunidad cuya situación requiere atenciones especiales ante sus problemas específicos, rechacen de manera tan inexplicable que la solidaridad nacional se vuelque en contribuir a sacar de un verdadero drama a una parte del país. Ese desprecio, si algo representa, son nuevas formas de racismo y muestras de insolidaridad
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