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Esta semana que termina le hemos dado unas breves vacaciones a la confusión política que estamos sufriendo, para dedicar unas horas a una institución que ha funcionado de manera impecable. El reinado de Felipe VI no ha despertado ni una sola crítica. Por el contrario, ... los elogios y reconocimientos han sido totales. Las encuestas que se han difundido reflejan que en esta decenio, sin duda el más difícil y complejo de la etapa democrática, el porcentaje de ciudadanos que continúan opuestos a la Monarquía Parlamentaria que encabeza el Estado es mínimo –como lo demostró una manifestación que apenas convocó a cinco mil personas en Madrid–. Y si se analiza sociológicamente, reducido a las reivindicaciones republicanas de un pasado bastante olvidado de la posguerra y a la militancia de una extrema izquierda desperdigada, con ambiciones de poder, pero sin unidad y apenas añoranzas de unas teorías revolucionarias ya reiteradamente fracasadas.
Felipe VI ha demostrado, con su coherencia y trasparencia democrática, que sabe afrontar con serenidad los múltiples problemas y que la política, mal entendida por algunos de sus protagonistas, no puede ejercerse desde el enfrentamiento vergonzante que a veces se manifiesta en el Parlamento, donde estamos representados todos, sean cuales sean las ideas de cada uno, siempre respetables. Y que ante la confusión en las formas y ambiciones, hay unos principios que establece la Constitución, de la cual el Rey es el legítimo y ejemplar garante. En estos diez años de reinado ha sido el mejor ejemplo de los principales derechos que compartimos los cuarenta y ocho millones de españoles, algunos puestos en duda con decisiones y proyectos preocupantes, como la libertad –reflejada en la prensa– o la igualdad ante la Ley, que no puede establecer ninguna excepción o recibir influencias.
El Rey en ningún momento ha podido ser acusado de ninguna violación o intento de saltarse estos principios, del mismo modo que tampoco puede ser sospechoso de una mala utilización del presupuesto que sostiene su actividad pública y privada. La Monarquía española es la más austera en el gasto en comparación con otras similares que existen en Europa. En algunos ejercicios la Casa Real no gasta el presupuesto que tiene asignado y devuelve a las arcas del Estado la cantidad ahorrada. Entre todos los elogios que merece el desempeño de tan alta responsabilidad, que han quedado patentes estos días en tantos medios y opiniones, personalmente opino que lo mejor es la garantía que su trayectoria supone para el futuro que espera a España, de su unidad y prestigio. Algo que avala también la princesa de Asturias, Leonor, la llamada a la sucesión, cuya formación, principios y ejemplos heredados conforme la vamos conociendo no pueden ser más prometedores.
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