Felipe González es uno de esos pocos políticos que supo y quiso jubilarse a tiempo. Dejaba el poder a la oposición, encabezada por José María Aznar –con el que había mantenido permanentes discrepancias y claras diferencias de opinión activa–, pero sin poner en duda el ... reconocimiento al cambio como lógico en la alternancia democrática que sólo los españoles tenían que arbitrar.

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Durante estos años, González se mantuvo en un plano activo, pero discreto, poniendo a disposición de su partido (el PSOE) la experiencia de su etapa de Gobierno, ofreciendo conferencias de indudable interés y, especialmente, moviéndose en el ámbito internacional, donde su nombre y sus opiniones eran especialmente valorados: se ha convertido en esos políticos que dejan memoria, como Churchill, De Gaulle o Roosevelt.

Su discreción y respeto a sus sucesores se prolongó, estuviese o no de acuerdo, durante años sin que su etapa de Gobierno y consolidación de la democracia cayesen de todo en el olvido, ni él mostró tentaciones de intervenir hasta que la situación que atraviesa la política interna nacional en que, al margen de otras decisiones que dividieron a los españoles y fracturaron a su partido, las amenazas a la ruptura de España y la pérdida del respeto a la Constitución despertaron su alarma.

Siempre de manera comedida y sin aprovecharse de su influencia personal, aprovechó algunas ofertas de los medios de comunicación para exponer sus opiniones, como un ciudadano más, sólo que avaladas por el recuerdo de su sensatez y clarividencia política, reemplazada ahora por un Gobierno de su mismo partido, pero volcado únicamente en la tentación del poder de Pedro Sánchez.

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Lejos de tenerlo como referencia y de aprovechar sus opiniones, sus sucesores, Zapatero y Sánchez, disfrutan con la ambición y están llevando al país a la ruptura entre los españoles, al cambio del respeto a las urnas por la entrega de las exigencias de sus apoyos en la consecución de sus objetivos personales, al peligro de la ruptura territorial y al desprestigio internacional que lleva, incluso, a recibir el respaldo de dictaduras.

Cada vez que Felipe González expresa su opinión con lo que está sucediendo y el temor a lo que puede suceder si se sigue por este camino, sus palabras se convierten en un alivio para quienes siguen el día a día de la crisis que se está viviendo. Son muchos los ciudadanos que se reconforman escuchándole o leyendo sus declaraciones, a pesar de que en los escándalos políticos que se vienen produciendo no parecen tener la más mínima influencia. Lejos de ser un ejemplo respetable, su nombre cobra para los suyos la condición de enemigo.

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