Muchas personas se estremecieron, y bastantes más se indignaron, viendo en televisión al veterano deportista Juan Carlos Unzúe contando su experiencia en el Congreso de los Diputados, adonde había acudido en compañía de varios enfermos, como él, de ELA -la esclerosis lateral amiotrófica de ... muy difícil curación-, acompañados de familiares, a pedir apoyo en su necesidad de conseguir los únicos medicamentos, de coste millonario, que existen para paliarla.

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Sin inmutarse, en un tono pausado y un relato muy medido, relató que durante su intervención en el hemiciclo había contado los parlamentarios presentes: cinco en total. Cinco de los trescientos cincuenta que integran la Cámara. «Habrán tenido algo que hacer», disculpó humildemente a los 345 ausentes.

Sus palabras y el hecho son motivo para reflexionar. No hay duda de que algunos parlamentarios trabajan horas y horas y justifican el sueldo que perciben. Pero, ¿el resto? No es un secreto para nadie que algunos, por no decir muchos, elegidos en una lista de nombres, incluidos por sus partidos sin méritos conocidos, se pasan la legislatura apenas sin otra ocupación que asistir a los plenos, sin intervenir en absoluto sobre nada en debate y ni siquiera con la preocupación de cómo votar las leyes o proposiciones que se sometan: les basta con estar atentos a la señal del pulgar del portavoz del partido que ordena la obligación de voto.

Muy triste, sí, que centenares de ellos hayan optado por hacer novillos para relajarse a la hora del café o dormir la siesta, en vez de acompañar con su presencia desde el cómodo escaño a unos compatriotas -que incluso es posible que les hayan votado y con toda seguridad contribuyen cada mes a pagar su sueldo- a quienes sin duda habrían proporcionado ánimo para sobrellevar su desgracia.

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No menos deplorable -puesto que hablamos de las obligaciones y el saber estar en su sitio- fue el espectáculo de los diputados, algunos con estigmas terroristas -miembros de partidos aliados con el Gobierno para más señas- que ante la iniciativa de guardar un minuto de silencio en recuerdo de los guardias civiles asesinados por narcotraficantes en Barbate, se ausentaron. La verdad es que estar representados por sujetos que no son capaces de respetar a los muertos resulta entre bochornoso e indignante. Confiemos en que no tengan hijos iniciándose en el consumo de drogas, algo de lo cual la Guardia Civil nos defiende, ni que tengan la mala suerte de sufrir algún percance -desde un accidente en la carretera, hasta un robo en su casa o una agresión en la calle- y se vean obligados a recurrir a la Guardia Civil, que sin duda arriesgará sus vidas por salvar las suyas. En esta ocasión, el grueso de los diputados supo estar en su sitio como representantes de la sociedad y como seres humanos.

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