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La mayor parte de los desastres, desde una DANA hasta un tsunami o un ciclón devastador, son inevitables y a veces hasta imprevisibles. Los sistemas modernos de previsión y control pueden reducir sus efectos, pero casi nunca evitarlos. Esto hay personas que no lo entienden ... y a menudo buscan algún culpable, olvidando que se trata de fenómenos de la naturaleza que todavía no controlamos los humanos.
Otra cuestión es, cómo estamos viendo estos días en Valencia, que reaccionando a tiempo, alertando plenamente, quizás se podrían haber podido reducir los destrozos que pueden causar. Y para eso es imprescindible contar con medios para reducir sus efectos negativos y para actuar a tiempo, con la mayor rapidez y diligencia para enmendar los daños, empezando por la protección de las personas.
Todo esto es válido cuando se aborda la reciente DANA de Valencia: puestos a profundizar en los detalles, siempre se podrán encontrar motivos para explicar lo ocurrido y buscar culpables. Los efectos que causa el desastre siempre dejan algún resquicio para desahogar los sentimientos y disgustos que puedan producirse. Es comprensible el dolor de las personas por sus pérdidas, daños y sufrimientos.
Lo que ya no resulta tan explicable son las reacciones que estamos viendo de la política. Los políticos tienen su cuota de responsabilidad, de manera especial cuando se trata de buscar la solución posible a los problemas y daños causados, volcar todos los esfuerzos y arbitrar los recursos y medios que se tengan al alcance en el empeño difícil de afrontar la catástrofe y restituir la difícil normalidad.
Exactamente lo que no está ocurriendo en este desastre estremecedor que sufren muchos miles de compatriotas de Valencia y provincias limítrofes. Es más que indignante, intolerable, que antes de empezar a adoptar las medidas urgentes, algunos políticos ya estén empeñados en dirimir sus cuestiones partidarias, algo que en España adquiere carácter beligerante y de argumento electoral cara al futuro.
Estamos viviendo unos momentos en que la unidad es más necesaria que nunca: Gobierno y oposición tienen, al margen de sus posiciones ideológicas, la obligación de juntar esfuerzos. Tiempo habrá en el futuro para debatir sosegadamente sobre los detalles, incluso responsabilidades. Para algunos la prioridad esta siendo otra: aprovechar corriendo las circunstancias para sacar algún rédito en las urnas.
Indigna ver que el problema de todos es motivo de reyertas y de obstáculos para encontrar la manera de hacer que las inversiones necesarias sean más rápidas y eficaces. Lo urgente es administrar medidas concentradas en su objetivo. Intentar hacer política y utilizarlo como elemento presupuestario es inasumible.
Estamos afrontando una situación excepcional, como excepcionales deben ser las medidas que se adopten. Parece lógico que un plan del Gobierno debatido en un pleno de las Cortes apruebe y ejecute una inversión especial para atender a esta necesidad excepcional. Mientras tanto, que el debate de los presupuestos ordinarios siga su cauce normal sin derivadas, sin argumentos de entidad propia.
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