Sigo desde muy pequeño lo que ocurre en Cuba. Soy miembro de una familia de emigrantes. Desde mis dos abuelos -el materno, ex oficial en la guerra de 1898-, hasta padres, tíos y primos -soy el mayor de todos los que se libraron del castrismo- ... se marcharon a Cuba en busca de una mejor vida. La influencia cubana siempre ha estado presente en casa: cuando era pequeño se comía comida cubana -frijojes, tasajo, ropa vieja o congrí- y los medios de comunicación que se recibían y leían eran el 'Diario de la Marina' y las revistas 'Bohemia' y 'Carteles'.

Publicidad

Aquella tradición familiar nunca se me borró y mi interés por lo que estaba ocurriendo en la Isla, de lo que mi abuelo me hablaba desde que era un escolar, lo he seguido conservando. En los últimos años viajé a La Habana en varias ocasiones y lo que puedo decir es que siempre fui muy bien tratado, a pesar de lo cual siempre salí convencido de que su sistema político era nefasto. Lejos de contribuir al bienestar y progreso de sus habitantes, más bien suponía una condena a vivir sin libertad, en condiciones económicas pésimas y, lo más grave, sin que se vislumbrasen perspectivas de cambio. De nada ha servido el fracaso de los restantes regímenes comunistas -como el de la URSS-, a excepción del que rige en Corea del Norte.

Ahora me llegan noticias de que la situación es incluso más angustiosa. Cuando se habla o escucha a los dirigentes políticos, personas a primera vista inteligentes y hasta formadas, no son conscientes del fracaso del comunismo. Es penoso recordar cómo han castigado a decenas de generaciones a sufrir las consecuencias de la represión y la pobreza colectivas y, aún peor, continúan en el empeño de mantener un sistema político que socialmente es desastroso para la inteligencia, la razón y la propia alimentación. ¿No alerta la falta de coincidencias con otros países -excluidos quizás Venezuela y Nicaragua, gobernados por déspotas- y que el primer objetivo de los ciudadanos sea marcharse al extranjero?

El comunismo cubano sólo puede ofrecer como resultado haber subsistido ya más de 60 años, sin conseguir imitadores, sin reconocimiento ni admiración que no sea la de los pocos soñadores que mantienen la creencia de que sus ideales, además de ser factibles, pueden ser beneficiosos para la gente que no está instalada en las comodidades del sistema. Utilizan el tópico de la igualdad, que sus ideólogos y líderes ejemplarizan violándola, y mantienen vivo continuamente algo con lo que sólo puedo estar de acuerdo en su sentido original contrario. Se trata del manido eslogan de la revolución pendiente y sí, es un objetivo acertado: Cuba necesita con urgencia una revolución que acabe cuanto antes con la opresión y la falta de derechos y libertad, el racionamiento de la comida y el desprecio de la dignidad personal y colectiva.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

3 meses por solo 1€/mes

Publicidad