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Que el cambio climático es una realidad, por mucho que algunos pretendan negarlo, y la necesidad de proteger el medio ambiente –que tanto hemos contribuido a destrozar–, otra realidad, nos obligan a tomar precauciones racionales, pero sin olvidar que tenemos que seguir viviendo, a veces ... con las interferencias de la naturaleza, que a menudo se impone con violencia. Lo ocurrido estos días pasados en Valencia, donde una DANA causó daños incalculables, parece que en una parte es consecuencia del abandono ecológico de ríos y embalses, que luego atascaron las corrientes hasta desbordarse.
En mucha menor medida, las conclusiones son aplicables también a la protección necesaria de algunas especies naturales, que se impone conservar y contribuir a su evolución o recuperación. En España tenemos un ejemplo a considerar con los lobos que se conservan en lugares montañosos y particularmente en los Picos de Europa. Las medidas para la protección de esa especie, voraz y violenta, son imprescindibles y hay que respetarlas y hasta estimularlas. Pero sin llegar a los daños paralelos que estos animales suponen para muchas personas y algunas economías familiares.
Los lobos son un peligro para otros animales y protegerlos conlleva daños, que pagan con su futuro profesional muchos pastores y trabajadores de la ganadería, como los de la producción de leche y queso, por ejemplo. Muchas familias modestas de pastores han sufrido de manera irremediable los daños que pueden causar los lobos a los rebaños en uno de sus ataques indiscriminados en bandada, a veces incluso amenazando las vidas humanas.
Las protestas de los afectados son rebatidas desde los gobiernos, argumentando que para eso se contemplan indemnizaciones, pero aun así el trastorno que causan está hecho. Siguiendo con el ejemplo de los rebaños destrozados, no es fácil, ni siquiera con dinero, reemplazarlos. El mal causado tiene pésimo remedio.
Todo esto viene al caso para reivindicar que medidas de esta naturaleza deben ser contempladas con un doble respeto a las formas y límites de su adopción. Algo, si no similar, sí parecido, es lo que está ocurriendo con muchas tierras abandonadas por los agricultores, que, en un clima húmedo como el de Asturias, se están convirtiendo en terrenos asilvestrados. Sería estupendo que se convirtiesen en zonas madereras o de otra utilización, pero la naturaleza descontrolada las acabará 'asalvajando', tapando caminos, senderos, arroyos o fuentes, e incluso cambiando un paisaje excepcional como es el asturiano. En este caso también se impone empezar a considerar acciones y detalles.
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