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Desde hace algún tiempo, en España da la sensación de que todos los problemas y asuntos que interesan a la sociedad están en Cataluña. Es evidente que Cataluña es una comunidad importante y afronta cuestiones preocupantes –como la existencia activa de organizaciones independentistas–, merece atención ... y en algunas circunstancias hasta especial. Pero Cataluña no es España, es una parte de España, y la realidad es que el resto del país está sufriendo el olvido que la atención exclusiva a Cataluña le roba.
Escuchamos declaraciones, leemos en medios y seguimos con interés cuestiones que aparecen claramente descuidadas. España es un país que en sus años de democracia ha progresado y, aunque algunos lo discutan, los cambios experimentados han sido espectaculares. En muchos aspectos –por desgracia no en todos– está entre los niveles más altos de los países desarrollados. Ya no hay razones para ir por el mundo con los complejos sufridos durante la dictadura
Pero, con todo, aún siguen existiendo cuestiones que funcionan mal y algunas que han empeorado. Una es, sin duda, la capacidad de la democracia y la libertad, cuya evolución ofrece frecuentes muestras de retroceso. Las propuestas sometidas al Congreso para establecer medidas y restricciones a los medios y a los profesionales no puede por menos que despertar preocupación. Algunas veces surge la sensación de que tenemos derecho a votar, pero luego no a ser gobernados con la transparencia de la que somos acreedores.
Entre las inquietudes que despierta esta situación, sin que se le preste la atención necesaria, está la despreocupación generalizada por el funcionamiento de muchos servicios públicos y, en estos momentos, el de los transportes. Por ejemplo, el excelente funcionamiento de la alta velocidad ferroviaria ha pasado a la historia. Ya no se puede confiar en la puntualidad de los AVE. Tampoco ha mejorado –todo lo contrario– el aligeramiento de la burocracia pública. Estamos volviendo a los tiempos del 'vuelva usted mañana'. Los funcionarios se jubilan y sus puestos no se renuevan, a pesar de que el desempleo continúa manteniendo cifras astronómicas.
Estamos iniciando el curso y, aunque ha descendido el número de alumnos –otra preocupación que merece especial atención–, la insuficiencia de profesores sigue siendo una realidad, lo mismo que lo son las carencias de muchos centros de enseñanza en los que no se adoptan previsiones para proteger a los alumnos unas veces del frío y otras del calor asfixiante.
Ante todos estos ejemplos, no puede caber nada más que el descontento si el Gobierno sigue retrasando, si es que no lo retira de las cámaras, el proyecto de presupuestos, fundamentales para el buen funcionamiento de la gestión pública que nos afecta a los treinta y ocho millones de españoles. Por culpa de un pequeño partido de extrema derecha catalán que exige mayores prebendas y privilegios para su tierra, que nos restaría los de los demás. Cataluña, primero y los demás que esperen.
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