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Acabamos de vivir el año más caluroso de la historia, dato que lleva a muchos científicos a la conclusión de que la humanidad está atravesando un cambio de era. Un cambio de era fundamentado en la evolución climática que muchos todavía se resisten a reconocer ... a pesar de la cantidad de muestras y evoluciones que el tiempo ofrece en variados aspectos, empezando por la meteorología y los efectos adversos que originan en todo el planeta.
El último ejemplo, o si se prefiere el más reciente, es el inimaginable incendio que ha destruido una buena parte de Los Ángeles -una de las ciudades más importantes del mundo y más adelantada en medidas de seguridad- atribuido en buena parte a fenómenos climáticos. Resulta difícil explicarse como los servicios contra el fuego hayan sido incapaces no sólo de apagar las espectaculares llamas que derribaban mansiones y rascacielos, sino también de impedir que los cinco incendios registrados se extendieran.
La actuación heroica de los bomberos quizás más preparados y mejor equipados que existen, no conseguía ni siquiera frenar la expansión de un fuego estimulado por el viento cálido, bastante frecuente en algunas regiones del próspero Estado norteamericano de California como es el condado de Orange y Santa Ana, desde donde azotaba con tanta fuerza que impedía volar a los aviones y helicópteros imprescindibles para apagar el fuego con agua, que además escaseaba.
Pero no es sólo este desastre, casi sin precedentes en sus causas meteorológicas, ni siquiera que 2024 haya batido todos los récords de calor, lo que demuestra la realidad del cambio climático y los efectos negativos que está causando, alterando en muchos aspectos la normalidad a que estábamos acostumbrados. La desintegración de los glaciares, y el crecimiento del nivel de los mares, son otras muestras científicamente elocuentes de esa realidad que es el cambio climático. Lo mismo que viene ocurriendo con la proliferación de desastres naturales que, sin alcanzar tanto relieve en los medios, se están produciendo con mayor frecuencia en los cinco continentes: huracanes, terremotos, inundaciones, incendios, sunamis o sequías, por recordar algunos.
La sequía es tal vez el fenómeno que, más allá de los efectos catastróficos que causan daños y víctimas mortales -como ha sido la dana que unas semanas atrás asoló al sureste español- está afectando a las condiciones de vida de muchos millones de ciudadanos, y de manera más preocupante con el descenso de la producción de gran parte de los elementos básicos para la alimentación y protección de la salud de las personas.
El cambio climático es perjudicial para todos, pero de manera especial para los peublos dependientes de la agricultura y la ganadería. La pobreza, uno de los males más dramáticos que enfrentan muchos pueblos de Africa, se incrementa incluso en países enteros, donde pasan años sin llover, los campos se agrietan e imposibilitan las labores de la siembra y el cultivo de elementos básicos para la alimentación: el ganado se mueren sin pastos, y las mujeres tienen que caminar decenas de kilómetros diarios con un cántaro en la cabeza para proveer a la familia de agua para beber.
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