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Alguien dijo después de darse una vuelta por el campo de exterminio de Auschwitz, que a partir de entonces escribir poesía ya no tenía sentido. Pero se siguió escribiendo, porque el hombre, aunque pueda llegar a límites increíbles de estupidez y crueldad, siempre anida en ... su interior algo llamado esperanza. El propósito mío también es no hablar de política, más que nada porque hay una saturación de los temas que asusta, y si uno sigue al pie de la letra los insultos y confrontaciones, en cuanto a las conciencias cargadas, no debe de diferir mucho de 1936. Ahora, afortunadamente, aunque hayan nacido nuevas camadas, las circunstancias internacionales son distintas. Hasta es posible que se rompa el país, dando gusto a los que quieren romperlo, pero no creo que consigan volver a rompernos la crisma en las trincheras.
No querría volver a ocuparme del tema, pero esta gente hace, como decía mi adorado Miguel Hernández, que a uno le duelan hasta los cojones del alma. Seguramente porque los dos, salvando las distancias, tenemos en común haber apacentado el ganado. El mismo día que los periódicos publican que hay serias posibilidades de la desubicación de Arcelor (la forma pendeja de decir que van a liquidar la antigua Ensidesa), los culitos sentados ¡oichh! celebran como una gran victoria que no se pueda matar a los lobos; y que una parte de España, en la que se incluye a toda Asturias, se convierta en el Serengueti europeo. En los años 40, de los que me acuerdo, había también muchos lobos, porque habían sido requisadas las escopetas. Los años de guerra y posguerra fueron buenos tiempos para las alimañas, y pude comprender que cuanto dicen los lobistas es verdad: que los lobos matan al ganado viejo y enfermo. Mi vecina la Chalota tenía una vaca, vieja como ella, pero de la que sacaba una taza de leche. Una vaca ratina, mocha y enjuta que se alimentaba del pasto del monte, porque la Chalota no tenía prados. Los lobos supieron elegir, y la llagaron hasta donde dejaron otro animal moribundo. La Chalota murió poco después, seguramente de hambre y de pena. Pero los aldeanos de entonces resolvían con estricnina y descubriendo las camadas. A los de ahora les digo que no basta con lamentarse. El ganado es vuestro. Ni de Dios ni del lobo.
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