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Nos acercamos al otoño con el compromiso, sabido, del Gobierno del Principado de iniciar los trámites para la reforma del Estatuto de Autonomía, coincidiendo, prácticamente, con los cuarenta años de su promulgación. Y la liturgia ha comenzado con una reunión en Presidencia, a la que ... fueron convocados, según leo, los partidos 'constitucionalistas'. Por cierto, con esto de los vetos y de la calificación de constitucionalista, quiero recordar que Blas Piñar participó, pese a su conocida animadversión a otra democracia que no fuera la 'orgánica', en la elaboración del texto constitucional. Hay intervenciones suyas bien conocidas.
En fin, sin perjuicio de lo que luego advierta, es notorio que se ha iniciado un diálogo en el que hay, de momento, posiciones alejadas, particularmente en el caso de la cooficialidad lingüística. Otros diálogos, que generan recelos de fondo, por lo que pretenda pactarse, y de forma, por la unilateralidad, acaparan la información de los medios nacionales donde, como es habitual, Asturias ocupa una posición marginal, pese a su inigualable historia (aquí los primeros son los últimos) y a políticas contemporáneas merecedoras de aplauso unánime, como la lucha contra el covid.
Pero todos sabemos que vende más el órdago de la autodeterminación en Cataluña que de la terminación en Asturias. Léase terminar el AVE, con las primeras pruebas previstas para mañana y tantas infraestructuras ferroviarias y de carreteras que no solo afectan a las grandes ciudades sino, también, a las alas y muy particularmente al suroccidente de la región. Y, sí, se habla más de la fallida 'desconexión' catalana que de nuestra conexión con la meseta y con Europa por tierra, mar y aire. ¿Qué no podría hacerse en el Aeropuerto de Asturias con un par de cifras de lo previsto y encallado para la ampliación de El Prat?
Pero esperemos que las conversaciones, a todos los niveles territoriales, tengan éxito. El hecho de poner sordina a las broncas de los últimos años ya es mucho, aunque los agravios comparativos van a salir a la luz, como es evidente, y no sólo desde posiciones políticas enfrentadas.
Retomo por momentos el tema de nuestro Estatuto que, en efecto, parece requerir una puesta al día, por mas que las experiencias de algunas normas de autogobierno reformadas no hace mucho hayan traído consecuencias poco edificantes. Pienso en el tema del agua en la Comunidad Valenciana; de la sentencia constitucional sobre el Estatuto catalán y de la pervivencia de preceptos similares, no recurridos, en el andaluz. Y más cosas que no pueden comentarse en estas limitadas líneas.
Sin duda, junto a propuestas que veo muy lógicas y donde no será difícil alcanzar acuerdos, declarar la oficialidad del asturiano en todo el Principado y del gallego-asturiano o eo-naviego (ya tenemos lío terminológico servido) en el extremo occidente, va a ser la cuestión más conflictiva, aunque en política todo es impredecible y cambia de forma súbita. Como apreciación personal, si lo que en definitiva se piensa es que en algunos concejos del poniente astur pueda haber tres idiomas oficiales -algo que no gusta demasiado a los usuarios de la fala-, el modelo no sería el gallego, sino, más bien, el aranés (artículos 6.5, 11 y 36 del Estatuto catalán).
Y aunque sea ciencia-ficción, tampoco debe soslayarse que el actual Estatuto asturiano se aprobó por la llamada vía lenta del artículo 143 de la Constitución y el texto que, en su caso, se remita desde Asturias a las Cortes Generales, no se pactará, casi de tú a tú entre el Parlamento estatal y la comunidad proponente -como ocurre en el caso de los Estatutos que se aprobaron por la vía del 151-, sino que se acaban tramitando como otras leyes orgánicas (artículos 136.2 del Reglamento del Congreso y 143.1 del Reglamento del Senado). ¿Quiere esto decir que, en un procedimiento que no conlleva referéndum, lo que se lograra pactar o aprobar en la Junta General del Principado, pudiera ser distinto a lo que llegara al BOE? Pues aunque el tema merece muchos matices, en teoría sí. En la práctica, no creo que se provocara un conflicto así. Aunque, por cierto -y hablo como persona de la calle, alejada de la política activa-, que ningún experto, con o sin escaño, haga cábalas y conjeture mayorías en las Cámaras nacionales por analogía con otras votaciones. Nos esperan tiempos del mayor interés institucional y, también, para muchos, de inquietud por el desenlace.
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