No quiero ser aguafiestas, pero estas semanas se me han hecho eternas. Ya se sabe aquello de la relatividad del tiempo y no me refiero a la famosa ecuación científica, sino a que, según cada quién, los días pasan de forma más lenta o más ... acelerada y, dependiendo de la edad, hay situaciones que parecen eternas y más tarde se vuelven fugaces. Tempus fugit, en suma. Incluso, por el contexto en que nos movemos o la situación, feliz o desgraciada, en que nos encontramos en una etapa, las cosas cambian de ritmo.
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De estudiante o cuando trabajaba fuera de Asturias, los períodos vacacionales me pasaban en un abrir y cerrar de ojos y el regreso a las aulas -en ambos casos- se me volvía un incordio. Ahora, ni siquiera vuelvo a la tarima más que para un examen extraordinario ya que las clases, en la Universidad, no se reanudan hasta el día 26. Estos exámenes de comienzo de año, ya lo he dicho más veces, son el contrapunto amargo al descanso del alumnado; máxime si les toca uno mañana o pasado, por ejemplo.
En España, al mantener, pese a todos los sucedáneos, importados o identitarios, la festividad de los Reyes Magos, las fiestas se alargan, para satisfacción, pese a la pandemia, del comercio de alimentación, de regalos y, dentro de estos, de juguetes. Cuantas más 'ilusiones' tengan los niños y más cabalgatas se improvisen, más desembolso navideño. A mí, como a todo mortal, hay regalos que me ilusionan; sobre todo, hacerlos. Pero se está poniendo difícil la disyuntiva: uno quiere apostar por el comercio de proximidad, pero, a veces, está abarrotado o con lo que se busca, agotado. Y hay que acudir a las grandes compañías que proveen a domicilio mediante compra telemática. Que, por cierto, no siempre son infalibles, ni mucho menos. Estos mismos días he sufrido dos cancelaciones de pedidos de libros que, una vez detraído su coste de la tarjeta, resultaron no estar en existencias. No hace tanto, me pasó lo mismo con el envío de unas flores, encargado con una semana de antelación y anulado, al parecer por no tener distribuidor en la zona, el mismo día del cumpleaños de la persona destinataria. Y se trataba de una villa importante y de una empresa de gran notoriedad que, en efecto, dio la nota; se disculpó lacónicamente y al pedir responsabilidades ni se dignó en contestar. Y en estos casos, por más que jurídicamente el tema esté claro, vale más pregonar a cualquier persona conocida la mala praxis de la entidad que acabar en los tribunales por una minucia económica, aunque haya generado una lesión moral.
Dejo los regalos de gustar y paso al degustar. En más de tres semanas nos convertimos en una máquina de consumir en exceso productos deliciosos, normalmente costosos -¡Aún dicen que el pescado es caro!, como en el cuadro de Sorolla- y no siempre sanos, no ya por ganar los inefables kilos sino por la acumulación de azúcares en nuestros tradicionales postres. Supongo que habrá personas muy metódicas o espartanas que sepan dosificar la ingesta de dulces y bebidas en estas fechas. Pero no es lo que se oye ni lo que las básculas revelan.
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El tiempo, en nuestra sociedad, tiene una regulación muy desigual, desproporcionada y, a veces, arbitraria. En el mundo laboral, hay prejubilaciones o edades límite muy justificadas en razón del trabajo, pero hay casos -normalmente ejecutivos- que resultan escandalosos. Por el contrario, se busca continuamente retrasar el retiro de trabajadores agotados por los años de labor extenuante y, de esta forma, dilatar el cobro de las pensiones.
Incluso, en la función pública, estamos viendo en estos días cómo Asturias recluta a profesionales sanitarios jubilados, en plenitud intelectual y clínica a los 65 años. Y de una forma casi horizontal, pese a existir la posibilidad de la prórroga, cuyos criterios de concesión han sido siempre muy discutibles. Y por supuesto, lo sabemos bien los universitarios, el sistema, por más que ahora se base en algoritmos a unir a las ocurrencias de los psicopedagogos oficiales, apenas distingue entre la carga laboral de quien no ha cumplido los treinta y de quien está a punto de jubilarse. Unas reducciones en función de determinados méritos, pero a hacer lo mismo de siempre, sin aprovechar el bagaje intelectual que dan los años y, justamente, esos méritos. Porque no se trata de vaguear, sino de saber explotar el conocimiento y la experiencia. Pero eso es mucho pedir.
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